Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







viernes, 26 de diciembre de 2014

LA REBELIÓN DE LOS VENCIDOS



De la Ley Lerdo, 1856, a la política de exterminio y depredación de nuestros días, la etnia yaqui ha sido una y otra vez víctima de sus expoliadores quienes, de manera reiterada, los han despojado de tierras tradicionalmente de su propiedad.
En la Introducción  a “Crónicas de la Guerra del Yaqui” de Manuel Balbás y Fortunato Hernández (Gobierno del Estado de Sonora, 1985), Michel Antochiw escribe: “Los yaquis formaban el grupo humano más aferrado a su territorio que haya existido en Sonora y menos dispuesto a discutir la legitimidad de su posesión.” Como ahora, en lo tocante al abusivo e ilegal trasvase del recurso hídrico y ante la construcción fraudulenta del Acueducto Independencia, la Tribu se alzaría entonces, al igual que hoy, para defender lo suyo con base en los derechos que les asisten.
Sigue diciendo el prologuista: “Todo intento anterior de reducirlo o de compartirlo con otros (su territorio) había fracasado y esta intransigencia chocaba violentamente contra los planes políticos y económicos de la entidad”.
Si bien la historia no se repite, otros son los tiempos y los espacios, no obstante hay sucesos recientes, todos dolorosos, que se abaten sobre la demarcación indígena, dando la percepción de extraordinaria semejanza con los de hace más de siglo y medio: una especie de retorno cíclico a épocas pasadas por su amargo sabor y su cruel desenlace. Todo ello, objetivamente visto, a causa de la rivalidad entre partidos políticos, revanchas ideológicas entre vencidos y vencedores, conservadores y liberales; es decir, por la pugna histórica y la actual, en curso, entre neoliberales y reformistas, modernizadores y proimperialistas.
Reafirman la creencia en lo anterior los sucesos  en  que se hallan envueltos el presente y el porvenir de los grupos autóctonos no sólo en el Valle del Yaqui sino en La Tarahumara, así como en Baja California, San Luis Potosí, Guerrero por supuesto y en la atribulada región de Oaxaca y de la Selva Lacandona. Todo esto encubierto, solapado y propiciado por quienes tienen la obligación de respetar y hacer respetar los Derechos Humanos, sin hacer distinciones entre ciudadanos de primera y pobladores considerados de segunda y de tercera.
Presos arbitrariamente Mario Luna Romero y Fernando Jiménez Gutiérrez, ex voceros de la Tribu, la noticia de la extraña, presunta desaparición de Patricia Almeida Quintana, joven mujer yoreme, mencionada como trabajadora social que haría sus labores en Pótam, pone sobre aviso acerca de la renovada campaña contra la Tribu.
Patricia habría denunciado con antelación, y mediante el seudónimo de Patotyz Yaqucita, a sicarios de amedrentarla, amenazarla y de conminarla  a no ejercer sus derechos de libre expresión y exhibir las graves injusticias contra la Tribu Yaqui. Por cierto, en vísperas de Navidad, los representantes de le Etnia exigen la liberación de sus líderes encarcelados ilícitamente, en abierta violación de los Usos y Costumbres, es decir, violentando Derechos Humanos que les asisten. Es condición a fin de proseguir la inconclusa consulta a la comunidad.
La desaparición de Patricia, considerada por algunos autosecuestro, es elemento que busca provocar desprestigio contra la Tribu Yaqui en su denodada lucha por el hurto del agua que les pertenece. Promueve innecesariamente resentimientos, odios y venganzas. Presiona en las heridas abiertas por la arbitrariedad, los abusos y la impunidad. Como se dice, al daño se agrega la ofensa.

El presunto secuestro se publicita mientras se hace la costosa apología de los Derechos Humanos y se difunde la política de justicia jurídica para todos. Y esto ocurre a la vera del discurso que pregona la vigencia del Estado de Derecho, una bella utopía cuando más y un ritornelo que ya  nadie quisiera escuchar.