Sin titubeo alguno puede suscribirse lo
expresado por el alcalde Rogelio Díaz Brown en su mensaje de Navidad. La
demarcación cajemense, en efecto, se anticipó a reformas como la energética y la educativa. Tomó
ventaja en el debate a fin de actualizar atribuciones que atañen al municipio
dentro del esquema federalista en materia de administración de bienes muebles e
inmuebles, como también en los rubros de infraestructura, comenzando por el
cerebro sin descuidar el resto del organismo en su conjunto.
No sin razón alguna, el Municipio ha cosechado
muy valiosas preseas en el trienio que concluye, las cuales enaltecen virtudes
de los ciudadanos que lo configuran, igualmente al gabinete bajo la conducción
del alcalde condecorado. En Cajeme se comprueba una vez más el supuesto que
hace del hombre de Estado un delegado de la voluntad popular, un símbolo de la
política como arte de la persuasión a través de la eficacia y la probidad a
toda costa. En fin, se verifica el sentido social del principio con arreglo al
cual los planes y programas oficiales
son incumbencia y responsabilidad del titular del gobierno tanto como
injerencia y participación de la colectividad entendida como la savia que
otorga vida, vigor y certidumbre al órgano colegiado.
Fruto de la planeación es el actual Cajeme:
un municipio modelo, progresista e impregnado del hálito modernizador que
recorre la geografía nacional venciendo las resistencias populistas y lastres
del neoliberalismo devastador.
Destaca, la educación incluyente, la dotación
de energía limpia con plantas solares, la implementación de alumbrado público
que dan seguridad ciudadana, utilizando los más audaces avances tecnológicos. Cajeme
ejemplifica: un municipio sobresale de la adversidad y vence la limitación de
recursos materiales, si los recursos presupuestales cumplan su destino
programado y la evaluación pasa la prueba de la transparencia a juicio de sus
destinatarios: la población.
El alcalde Díaz Brown carece,
ciertamente, de vara mágica para dividir en dos el desafiante mar, para hacer fluir
agua de las rocas calcinadas por el desierto. No posee magia para que descienda
maná celestial en el corazón del desempleo y de la precariedad de los salarios.
A título de ejemplo: las obras en curso
que tendrán concreto hidráulico en el Centro de la ciudad, para evitar
inundaciones y efectos insalubres irreversibles.
No obstante, ha logrado lo que no es
posible por medio de la adivinación, la taumaturgia y los tanteos que hacen del
apostador un genio ocasional que obtiene premios y ganancias. Y del emprendedor
sin preparación técnica e información confiable, pero sin visión política, un
predestinado con artes para multiplicar panes y fuentes de ocupación bien
remunerada.
El edil cajemense demuestra que la
política es ciencia de probabilidades, cuya aplicación correcta convierte en estadistas a los mejores y en figuras
providenciales a quienes conocen y ejecutan planes y programas con inspiración
democrática. Ilustra con palabras y con hechos que el Estado de bienestar implica
respetabilidad a los principios de honestidad, pluralidad, certeza y
responsabilidad jurídica a toda prueba; indica cómo alejar riesgos de
contubernio, corrupción disfrazada por la eficiencia encubierta en el manto
infame de la impunidad. Esto traduce beneficios tangibles para el Municipio:
seguridad pública, prosperidad y progreso sostenido entre autoridades y
población. Hace florecer la paz social, productiva y en forma permanente.
La modernidad que abandera la municipalidad
cajemense no tolera la discriminación racial, social y económica. Una de sus
mejores pruebas es la defensa insobornable de los derechos humanos, al margen
de toda distinción. La Tribu Yaqui es, no hay duda, un conmovedor testimonio.