Cuernavaca, capital de Estado en el
interior de la República, ostenta el título de “Ciudad de la Eterna Primavera”.
Sin embargo, el epígrafe le vendría mejor, tomando en cuenta su particular
jerarquía, a la risueña, alegre y festiva población de Cocoyoc, cuya edad se
pierde en tiempos anteriores a la Conquista.
Ciudad Obregón en el Estado de Sonora, cabecera
del municipio de Cajeme, a sus 87 años (recién celebrados) es una urbe en
plenitud de edad, radiante y vigorosa con todo y pertenecer a la tercera edad.
Bien podría llevar el calificativo de “Ciudad de la Eterna Juventud”.
Sus pobladores, particularmente aquellos
que la vieron crecer y pasar de la adolescencia a la juventud la recuerdan, con profunda
nostalgia y noble orgullo, como la
comunidad que fue adquiriendo identidad definitiva por
motivo de sus caracteres, muchos sin duda indelebles: la Laguna del Náinari, el
Mercado Municipal con su inconfundible ícono, el reloj de cuerda en el
frontispicio; en fin, la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús hoy La
Catedral.
Rogelio Díaz Brown, adelantándose al
venidero aniversario, en 2015, vaticina que ese será el mejor año no sólo de la
Ciudad sino del municipio del que es optimista y emprendedor Alcalde. Alude a
proyectos culminados y nombra los que están en vías de realización:
pavimentación de calles urbanas y del entorno rural, modernización del
alambrado público, ingresos federales en el erario local con destino a
seguridad, a reforzar programas educativos de orden incluyente; áreas
deportivas, centros culturales y bibliotecas en beneficio de instituciones de
educación media y superior.
Un futuro bonancible y próspero con
pasos firmes es viable en la medida que, a la transparencia, se sume la visión
política vinculada a la generosidad propia de los hombres de Estado para
quienes el progreso y la continuidad del crecimiento van en carriles paralelos
con el desarrollo económico y social.
Cabría incluir en el perfil de la
“Ciudad de la Eterna Juventud”, el nacimiento de una institución que prepara,
con el regocijo y el ímpetu anímico que se le conoce y reconoce, su aniversario
número 60: el Instituto Tecnológico de
Sonora (ITSON), plantel edificado piedra sobre piedra con la pasión de sus
primeros fundadores, la buena voluntad y el espíritu solidario de la población,
así como por la tenacidad de sus refundadores y promotores de nuevos y más
amplios horizontes.
El ITSON advino con otra denominación:
Instituto Tecnológico del Noroeste, bautizado así por la sana ambición de
querer llevar sus luces hacia vastos territorios limítrofes en los que
prodigaría sus enseñanzas bajo el principio: “Vale más dar que recibir”.
Sus precarios inicios desde el punto de
vista económico en el distante año de 1955 cuando la entonces progenitora,
Ciudad Obregón, contaba con apenas veintitantos años 28 para ser precisos, no fueron
al par con sus anhelos, ideales y aspiraciones.
Viven en la memoria histórica sus directivos, entonces, Julio Ibarra
Urrea, director; Alberto Delgado Pastor, secretario general; Enrique Fox Romero
secretario adjunto; así como maestros abnegados y diligentes: Bernabé Navarro
(filósofo), Daniel Marín (médico), Luis Molina Enríquez (abogado); sin olvidar a los esposos Aguado
(arquitectos), y tantos más.
El Instituto se hizo de alas para volar:
de ITNO pasó a ITSON como es ahora. Del esquema curricular con el que nació,
sello de plantel al servicio inmediato a la comunidad, es decir, con
asignaturas de aplicación práctica, transitó al formato que le dio el carácter
de Universidad. Y en ese sentido, de institución en donde las funciones de
docencia, investigación y extensión cultural se intersectan e interrelacionan
para beneficio de su entorno y para la continuidad de sus misiones sustanciales.