El
Instituto Tecnológico del Noroeste (ITNO) en sus remotos inicios, a mediados de
los años cincuenta, pasó a ser Instituto Tecnológico de Sonora (ITSON), su
actual denominación. El nombre actual delimita su cobertura, aunque no así su
actividad, la cual alude al sitio que le corresponde: faro luminoso de la
educación superior en los diversos ramos de las modernas tecnologías.
Isidro
Roberto Medina Cruz, rector, doctor en Estadística, quien proviene del CIANO de
donde emergió el Premio Nobel, Norman Bourlag conduce, con pertinencia y
ejemplar desempeño, solvencia profesional y acierto académico, los destinos de
la institución que, día a día, acredita su vocación de servicio a la comunidad.
Quien
visita el ITSON, orgullo académico no sólo del noroeste sino de México, como
recientemente mi esposa Emma y yo lo hicimos, queda con la inolvidable
impresión de que instituciones como ésta, “mutatis mutandi” son semejantes a
todos los seres vivos: nacen, crecen y dan generosos frutos a su debido tiempo. Siempre y cuando se les
dé oportuna y adecuada atención. Justo la que requieran.
En
la antesala del despacho rectoral lucen efigies de aquellos heroicos y
diligentes directivos de la que fuera planta germinal en los años 50: el
Tecnológico del Noroeste, el modesto instituto que ocupaba apenas unos cuantos
metros cuadrados sobre las calles 200 y Chihuahua. En los reducidos espacios
albergaba su humilde biblioteca, el pequeño auditorio, así como la planta de
maestros que solían repartir sus horas de trabajo entre la oficina, el bufete,
la clínica y los sitios de labores, para atendernos al centenar de
preparatorianos y alumnos de Contabilidad. De esos inmuebles emergerían los hoy señoriales edificios
que integran la impresionante y moderna institución.
Fueron
directores entonces Julio Ibarra Urrea (médico) y Alberto Delgado Pastor, (abogado), quienes abrieron cauces inusitados en la
enseñanza media superior y abrieron horizontes a los jóvenes (sobrevivientes
ahora, de aquel capítulo primigenio de la institución.
Vienen
a la memoria, mientras uno se desplaza entre lo que fueran campos deportivos, los nombres de sus fundadores, entre otros
don Mosisés Vázquez Gudiño, y el de abnegados docentes: Daniel Marín, Bernabé
Navarro Barajas, a quienes se asocian los de la maestra Sckorlich, el
arquitecto Aguado, el periodista Moncada Ochoa, el abogado Casas.
Hoy,
repetimos, el ITSON es antorcha que va a la
vanguardia para alumbrar y servir con sus especialistas y profesionales
a su entorno social, devolviendo con creces los recursos y sustentos que los
cajemenses, su autoridad local y los contribuyentes, le proporcionan con
largueza y fiabilidad.
Hoy
en día, Cajeme, el gobierno municipal, los productores del Valle, los integrantes
de la Tribu Yaqui, las grandes, medianas y pequeñas empresas, los padres de
familia de clase media hacia abajo, se felicitan de contar entre sus
instituciones educativas al ITSON, en cuyo seno académicos muy distinguidos
como los ingenieros y maestros
investigadores Armando Canales Elorduy y Rodrigo González Enríquez, participan
en tareas relacionadas con sus respectivas especialidades; es decir, ambientalistas,
destacándose en convenios con dependencias federales (Conagua y Semarnat),
Conabio y similares, de cuyos resultados depende el futuro ecológico, a mediano
y largo plazos, del sur de la Entidad, la salvaguarda de tierras productivas y el
usufructo del agua que las irriga. Sus aportaciones concurrirán, sin duda, en
el bienestar económico y la integridad de las familiar de miles de sonorenses.
De esto último nos ocuparemos en próximos editoriales.