Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







sábado, 19 de noviembre de 2016

DONALD TRUMP Y LAS DEPORTACIONES MASIVAS

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A decir verdad, el llamado “Sueño Americano” fue eso, un sueño; en modo alguno tangible realidad. Sobre todo para los inmigrantes de aquí y de allá.
Lo idearon los pioneros, fundadores de las colonias estadounidenses.
Los padres fundadores de la que sería la gran nación, hoy poderoso Imperio, realizaron la hazaña de dar a la palabra su correspondiente cuño conceptual.
Por extensión, se incurrió en asignar a la proclama un sentido filantrópico con alcance universal, ecuménico.
Ellos, los pioneros, actuaron como abanderados de los ideales de tolerancia, igualitarismo, libertad de creencias. Fraguaron los cimientos de aquella gran nación, en cuyo suelo cultivaron la planta que Lutero, en su momento, había sembrado con el centenar de premisas, proyecto que daría rumbo a la convivencia de creencias en paz y armonía para todos.
Cambian los tiempos, y con ello los usos y las costumbres.
La expresión “Sueño Americano” fue convertida en “slogan”  de dictadores, políticos entreguistas y traficantes de la dignidad humana. Copartícipes de vanas ilusiones, contribuyeron a la inducida diáspora a fin de sacudirse a los menesterosos, desempleados y ávidos de alimentos y mejores horizontes, motivándolos a dejar su patria y a sus familias en pos de ilusiones engañosas, pero con objetivos de abandono y exterminio.
Sin embargo, la proclama llega a su final.
El mal entendido sueño para todos los desvalidos de hoy, se disipa y asoma su verdadero rostro: coloca en el drástico realismo a quienes creyeron y esperaron un sinfín de oportunidades para ellos y sus descendientes.
Se hacen sentir los efectos del racismo, de la desigualdad, de los derechos del más fuerte en detrimento de los débiles en total desamparo.
Los indocumentados de hoy son los obreros y trabajadores esclavizados de la naciente Unión, en tiempos de Lincoln.
Los grupos de color, no blancos y tampoco de ojos azueles, son los marginados de los tiempos anteriores a Luther King.
Y qué decir de los mexicanos indocumentados (y aún legalizados), apátridas en sus tierra y extranjeros e indeseables en los discursos de Donald Trump, el mandatario electo.
Vecinos en la geografía, somos no obstante, al decir del brasileño Alan Riding, “vecinos distantes”, con el título del libro que Carlos Fuentes calificó, no sin genial atisbo, que “Será un libro clásico sobre México durante mucho tiempo”.
Lejos de Dios y…tan cerca de Estados Unidos, la gran oportunidad, envidiable circunstancia, para unos, para otros sin embargo gravosa situación, indecible tragedia y factor corrosivo de nuestro porvenir.
Los extremos, aquí, asimismo son desaconsejables en cuanto a una conclusión definitiva.
Depende, y en mucho dependerá, de nosotros el que la vecindad deje de ser, necesariamente, el origen de todos nuestros males sociales y culturales.
Para empezar, somos titulares de nuestro propio derrotero como personas y como población. Enseguida, tenemos la corresponsabilidad de asistir, orientando y apoyando a nuestros connacionales en desventura, hoy y siempre.
El entreguismo, la imprevisión y el cinismo de algunas de nuestras autoridades, junto con la vituperable corrupción y el latrocinio, no son asuntos que debamos atribuir, cómodamente, a la astucia o a la voracidad de los vecinos del Norte.
Es hora de asumir el deber ser en aquello que nos atañe como país soberano y el momento para difundir la información documental conducente entre quienes viven allende nuestra frontera y sufren por las consecuencias de nuestras aberraciones y olvidos.
No está por demás, ciertamente, la puesta en marcha del plan de acciones ante las amenazas propaladas sobre  posibles deportaciones masivas.

Habrá que hacer mucho más desde acá: dar efectividad a los controles constitucionales y contener el tsunami de robos auspiciados por usurpadores del poder  y, sin lugar a duda, por el crimen organizado.