Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







sábado, 12 de noviembre de 2016

EL TRIUNFO DE TRUMP: LOS REPUBLICANOS AL PODER

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A pocos días de los comicios en Estados Unidos, hay luces y sombras en torno a su desenlace. Se extienden unas y otras a toda la sociedad internacional.
Las victorias de Barack Obama frente a sus rivales republicanos en 2008 y en 2012 hicieron albergar grandes esperanzas acerca de la continuidad del poder en manos del partido de los Lincoln y los Kennedy.
Se olvidó que en Estados Unidos la alternancia política es mucho más que una ficción retórica. Y, junto con ello, se vio como protocolo el que la competencia entre mayorías y minorías es factor determinante de la democracia participativa.
Todo puede ocurrir, ciertamente, en el seno de una democracia; es decir, en el corazón de una organización en la cual los mecanismos de control son instancias ejercidas con el visto bueno y la voluntad de los ciudadanos.
Todo puede ocurrir, inclusive, que la sociedad resuelva hacer nuevos caminos al andar. Hasta cavar su misma tumba, por decisión propia.
Lo que vimos hace unos cuantos días, desde fuera, ha sido calificado como hecho insólito, imprevisto e inesperado.
Pero en modo alguno podría ser valorado, objetivamente, como fruto de un retroceso hacia etapas en donde prive la inmadurez o la improvisación.
Los estadounidenses ejercieron su derecho político, de manera democrática, promoviendo, con ese efecto, al conservador Donald Trump. Lo llevaron a cabo, libre y soberanamente, haciendo valer el principio de la libre determinación. Resolvieron, mayoritariamente, dar el triunfo a quien consideraron  “el mejor” para conducir a la nación a través de las tormentas y los torbellinos que se dejan sentir, dentro y fuera de sus fronteras, en lo económico, lo social y lo político.
En forma democrática, con arreglo a sus normas de convivencia, resolvieron dar la estafeta al ala conservadora en la cual se aloja el capitalismo: los capitanes del poder económico, los inversionistas de ultramar, líderes en negocios bursátiles, por encima de todo.
Más que nada, los votos que encumbraron a la derecha republicana no fueron para impugnar los avances sociales alcanzados por la administración de los demócratas. Se emitieron con el propósito de dar prioridad a los valores de la clase media norteamericana, para enaltecer los objetivos de los dueños de empresa, fortalecer las metas que ondean los dueños de los dineros y enarbolan por medio de negocios productivos, asimismo, en el exterior.
Se cuestiona, y de manera violenta, el desdén hacia los migrantes por parte de la dirigencia y en voz de su candidato que dio a la palabra, al discurso de campaña, la función de confundir a los votantes.
Se critica, con acentuado estilo polémico (aun iconoclasta) la elección por haber recaído en quien encarna proclamas contra la mujer, los extranjeros indeseables, el igualitarismo en sus vertientes que desembocan en el racismo y el elitismo.
Sin pretender justificar lo injustificable habría que reconocer en el resultado de la reciente elección dos circunstancias, a nuestro modo de ver, determinantes en uno y otro sentido:
a)      la astucia política del conservador Trump en el manejo de la retórica, argumentando, con lujo de presunción realista, lo que en el fondo puede ser metáfora y recurso persuasivo para motivar la cómoda confiabilidad, y
b)     inhibir a los votantes que hubiesen dado el triunfo a su opositora para ejercer su legítima ofensiva electoral, infundiéndoles temor y hasta miedo, con verdades a medias y mentiras propagandísticas.      

Lo cierto es que, ante el cúmulo de confusiones y el sinfín de expresiones de malestar y disgusto, que en toda democracia los mejores no son los que así aparecen, o lo aparentan. Corresponde a los ciudadanos, en definitiva, hacer a los mejores a imagen y semejanza suya. No al contrario.