Pocas
veces, acaso nunca, la elección de Presidente en el vecino país, ha causado
mayores expectativas como la actual.
Bien se denomina
una contienda histórica.
Será memorable
por una cauda de razones. La principal de todas: el encumbramiento de la figura
principal en la Casa Blanca, en tiempo de crisis.
Por
ello, no sólo en Norteamérica las
tensiones han ido en gradual aumento. En todo el orbe, hay un dramático suspenso
que abarca al mundo financiero, al político, al social y aun llega a toda la
esfera de las relaciones internacionales.
Jamás
una contienda interna había dejado entrever hasta qué punto la selección y
elección de candidatos puede convertirse en asunto de incumbencia universal.
Se
habla del voto latino como factor que bien podría inclinar la balanza en el
resultado final.
Ciertamente,
todo adquiere el acento de lo posible, de lo inesperado y por tanto
impredecible.
Si bien la
elección de Barack Obama fue aclamada en todas partes como un suceso insólito,
el triunfo de Hillary Clinton sería motivo, igualmente, de celebraciones jubilosas en los más escondidos
rincones del planeta.
Pero, algo
similar, aunque con signo negativo ocurriría, sin duda, con la victoria de
Donald Trump, el indómito candidato del Partido Republicano.
La democracia
imperial, si cabe el concepto, da mucho sobre lo cual opinar.
Para
empezar es una democracia “sui generis”, una organización política fraguada
palmo a palmo; maestra en cuanto a su desarrollo propio, ejemplar dentro de su
espacio geográfico, pero considerada en varias partes ominosa y por lo mismo
vituperable hacia afuera.
Se antoja
compararla con el omnipotente imperio macedónico.
Belicoso,
arrollador, impositivo en sus campañas bélicas de predominio sobre los pueblos
del Peloponeso, pero igualmente temible en todo el orbe conocido hasta los
confines de Asia, llevó no obstante los beneficios de la Ilustración helénica,
su cultura médica, matemática, económica y hasta filosófica de aquel tiempo.
No
se olvida que su máximo líder, Alejandro Magno fue pupilo del genial
enciclopedista, autor de obras imperecederas: “Metafísica”, “Retórica”,
“Poética”, “Etica a Nicómaco” y “Política”. Su autor fulgura en las historias
del pensamiento universal, Aristóteles. Fue el aventajado alumno del ateniense
Platón.
“Mutatis
mutandi”, Estados Unidos es propagador, quiérase o no, de los frutos de un
Iluminismo que brilla con luces propias en las ciencias naturales lo mismo que
en el saber humanístico.
Sobre
todo, en la invención de conocimientos como pocas veces había sucedido desde tiempos
de Pericles, Anaxágoras, Gorgias Protágoras; Antifonte, Hipócrates, Heródoto y
Tucídides. Sin olvidar, entre otros, a los creadores artísticos del Partenón:
Fidias, Praxiteles y Polignoto.
Los
Estados Unidos son refundadores, hoy por hoy, de la democracia histórica.
Irradia, contra su voluntad, destellos
de su ser en la formación humana de todos los tiempos; patria de pioneros,
migrantes impertérritos frente a toda clase de persecuciones y acosos:
ideológicos, políticos y religiosos.
Es democracia
social en el sentido de hacer partícipes a todos los ciudadanos. Gracias a Luther
King, y a muchos más, por encima de raza o de etnia. Sin dejar de reconocer sus debilidades,
carencias o limitaciones, se yergue ante ojos de la sociedad mundial como
antorcha que ilumina caminos de tolerancia, libertad y responsabilidad
desde su jurisdicción territorial.
En la búsqueda
de los mejores para regir sus destinos desde la Presidencia de la Nación, deja
mucho que desear a juzgar por el torrente de acusaciones mutuas.
Se llevó el afán
de transparentar hasta lo más íntimo de la personalidad de los protagonistas,
exhibiendo lacras y señalamientos en cada uno de los contendientes.
Hoy la moneda, como se dice, está en el aire. Es
decir, depende del voto de la ciudadanía. En máxima medida