Mal
se haría con descargar todo el enojo y la descalificación sobre las escuelas
que llevan el nombre de Montessori, por motivo de ilícitos contra niños y niñas
en el plantel que lleva de sobrenombre “Matatena”.
Sobre
el sátrapa violador ahí, quien no amerita mención alguna, cae el peso de la
justicia, tras largos y penosos meses con que fue encubierta su felonía.
Justicia
lenta no es justicia, se dice. Pero más vale una justicia lerda y no la inocua en donde la impunidad se impone con
lujo de cinismo, y gana ventaja a la imputación. Es decir, al castigo.
En
este caso que ha removido rencores acumulados por sucesos igualmente calamitosos,
acciones de lesa humanidad, habría que distinguir escrupulosamente entre el
método, los procedimientos que derivan del sistema de enseñanza y la franca y
cobarde comisión de los delitos aludidos.
Hará
más de cien años que el método pedagógico conocido como método Montessori
adquirió en Italia carta de ciudadanía. Su autora, María Montessori, publicó en
1912 el libro con el título que a partir de entonces dio vuelta al mundo de la
educación, propiciando la dignificación de los niños, quienes hasta entonces
habían sido objeto de información, no de formación,
Heredera
de la enseñanza escolástica, de los sistemas monacales de la sociedad cerrada,
anclados los sistemas dominantes en el principio pedagógico del “maestro
dixit”, pocos espacios se abrían a las teorías abanderadas por los héroes de la
Ilustración europea (Montaigne, Rousseau y Kant)
Del
positivismo en México, en el último tercio del siglo XIX, difundido por el
doctor Barreda, y que haría la hazaña de crear la Escuela Nacional
Preparatoria, emanan argumentos válidos para la refundación de la Universidad
en 1910 y surgen alas para forjar la autonomía, plasmada en la Constitución, en
1980.
Volviendo
al método Montessori es de justicia reconocer sus principios como afluentes de
la innovación educativa que afirma y confirma la gran revolución copernicana
que sitúa al ser humano en el pivote de toda conversión y de todo progreso
cultural, científico y social.
El
notable acierto del método es el hecho de que va de abajo hacia arriba y no
comienza desde el fruto hacia la semilla que lo engendra. Son los años
prematuros la época en que el germen hace eclosión y cuando la asistencia
física, psicológica y mental cae en suelo propicio.
Entonces,
es el momento oportuno para imbuir en el niño la certeza de que él es
valioso vaso comunicante de la enseñanza
y el aprendizaje, insuflándole la confianza de que él es acompañante activo en
la feliz aventura de la educación que informa, pero antes que nada forma.
Cubren
las escuelas Montessori un vacío ostensible en la educación denominada básica,
incluyendo en este respecto a los jardines de niños o de nivel preescolar.
Mientras hay que esperar para que los alumnos ingresen, si hay fortuna, al
nivel preuniversitario con propensiones positivas, a fin de por participar en
los beneficios de la escuela crítica, abierta y auto responsable, en planteles
en donde el método Montessori tiene amplios beneficios para los escolares; ahí
se reencontrarían con una enseñanza abierta y libre entre los docentes y libre
por el ejercicio y la experiencia en usos y costumbres educativos que
dignifican y enaltecen el aprendizaje desde la niñez.
Crímenes
son del tiempo y no de España, se dice para exculpar a la Madre Patria de sucesos
aberrantes.
Delitos
execrables son por parte de los delincuentes de “cuello blanco”, no de las
escuelas Montessori. No por cierto del método que hace factible el lema de que “educar es enseñar a crear”.