Vale más tarde
que nunca, se dice. Y se afirma con el propósito de mostrar que las buenas
acciones, cuando se producen pueden tener efectos que, al paso del tiempo,
suturan heridas causadas por el desdén o la irresponsabilidad.
Viene al caso lo
anterior, con motivo de la denominada igualdad de género, el mal entendido
feminismo y la igualdad de derechos y obligaciones.
Ancestralmente,
la mujer había sido objeto de insólita discriminación, atenuada o disimulada
con los densos velos de la falsa admiración, los engañosos tributos de labios
hacia afuera y la abrumadora exaltación de virtudes inefables.
En
nombre de la igualdad, la identidad y paridad de derechos, hoy en día a la
mujer, a la Eva de todos los tiempos, a la Pandora de siempre, se le imputan
deberes y obligaciones por arriba de la equidad y por encima de toda consideración.
No
sólo sigue siendo la señora de casa: ama de llaves y tutora de niños. Es
también administradora de los ingresos y hasta la indicada para laborar horas y
horas en la oficina, el campo, la fábrica y el hogar mismo. A falta del esposo,
todo esto.
A
ella se le hace culpable cuando hay siniestros y desgracias en la familia, sea
en casa, la escuela o en la calle.
De
ahí, el comentario acerca de una representante ciudadana en la alta
magistratura de la Nación con sede en Reforma, sonorense ella, cuyo proyecto de
igualdad de género con dignidad y con arreglo a derecho, la convierte en figura
emblemática que hace decir en voz alta, que es ejemplo a seguir en cuanto a
intermediación, al dar a su representatividad el carácter de promotora de
bienestar, desarrollo y legitimidad.
Es
decir, en todo aquello que se refiere a impulsar la igualdad de género y en lo
concerniente a identidad de los derechos y las obligaciones portadoras de
responsabilidad compartida en todo régimen que auspicie al disfrute de garantías y deberes.
Nos
referimos a la senadora Anabel Acosta Islas, senadora sonorense, incansable en
su función de gestoría ciudadana.
A
título de ejemplo, cabe mencionar que la oficina de gestión instalada por la
senadora en Ciudad Obregón, Sonora, abona su desempeño y va más allá de la mera
presunción o remedo de filantropía. Asimismo, supera con creces la apariencia
de como si los sonorenses tuviesen tan sólo presencia física en los estrados de
la Cámara Alta. Y nada más.
En
su oficina de gestión, Acosta Islas acoge y promueve proyectos favorables a la
actuación de las mujeres, en beneficio directo, propuestas auspiciadas por
ellas mismas, por medio de capacitación y asesoría en negocios y habilidades,
de los que deriven hacia una cultura de la creatividad y la dignificación de
las familias sonorenses.
Con
ella queda a muy considerable distancia la noción de que los representantes en
las cámaras, (diputados y senadores) pertenecen a una élite cuyo encumbramiento
proviene de méritos y virtudes excepcionales y no por consenso ciudadano o sea
no por voluntad y elección de las mayorías en una organización democrática.
Suma
sus esfuerzos la senadora Acosta Islas a los que despliega el Municipio de
Cajeme, con la finalidad de dar cauce al progreso social y material en la vasta
jurisdicción. Da significado a su misión como miembro del Senado de la
República respaldando y fortaleciendo la política de unidad ahí donde falta
como, por ejemplo, en la fracturada integridad de su Estado, en proceso de
recomposición. Faltan en muchos sitios más habilidosos quiroprácticos en
ejercicio de estadistas.
Por
la vía del empleo, la capacitación y los apoyos técnicos y financieros, los
hogares de México y los planteles educativos están convocados a realizar la
segunda gran revolución de la igualdad y el bienestar para todos.