Dulce
María Granja, doctora en Filosofía, diligente maestra universitaria,
infatigable traductora de Kant, ella misma lúcida estudiosa del inmortal autor
de la “Crítica de la Razón Pura, comparte en estos días el mensaje de Herder
acerca de su maestro en la ancestral Könisberg, el cual a la vez transcribimos,
según la versión de Schultz, en su biografía del genio de la Ilustración:
“He
tenido la suerte de conocer a un filósofo que fue mi profesor. En sus años más
florecientes tenía la alegre viveza de un adolescente, la cual me parece, le ha
acompañado hasta el fin de su vida. Su despejada frente moldeada para pensar,
era sede de inextinguible buen humor y alegría; de sus labios fluía la palabra
pletórica de pensamientos; tenía siempre a punto una broma, un chiste, o una
agudeza, y sus clases eran la diversión más acabada.
Con
la misma perspicacia con que examinaba a Leibniz, Wolf, Baumgarten, Crusius y
Hume, y exponía las leyes naturales de Newton, Kepler y los físicos, ocupábase
de las obras de Rousseau en curso de publicación en aquellos días, comentaba el
“Emilio” y “Heloísa” así como todos los descubrimientos cosmológicos de que
tenía noticia, los calibraba para volver siempre a un imparcial estudio de la
naturaleza y el valor del hombre".
Proseguía:
“Estimulaba y animaba a pensar por cuenta propia; todo despotismo era extraño a su alma.
Este hombre,
cuyo nombre pronuncio con la máxima gratitud y el máximo respeto, es Manuel
Kant…”
Precisamente
a este pensador excepcional debemos la audacia filosófica de haber
reconstituido la tesis de los antiguos sofistas, Protágoras y Gorgias, de
Leucipo, Demócrito e Isócrates; la proeza de dar cuerpo y forma a las
indagaciones que van de Bacon a Locke y a Hume, pasando por las de Rouseeau. Y
el inmenso beneficio de colocar a la filosofía en el seguro camino de la
ciencia.
Del
autor de las “Críticas” y de las obras de Cohen, Natorp y Cassirer, entre otros
ilustres estudiosos, se desprende la tesis enunciada como título de este
comentario.
Kant
enseñó que el objeto de conocimiento es creación por parte del sujeto; es
decir, del sujeto histórico: por caso, de Newton en las ciencias de la
naturaleza; ahora de Einstein.
Y
de Hans Kelsen años después de él, en el área de las ciencias sociales y
jurídicas.
De
aquellos pensadores proviene la tesis de que educar es enseñar a crear y no a repetir. A suscitar nuevas hipótesis de
conocimiento y a establecer nuevas respuestas y conclusiones. En consecuencia,
a trasmitir problemas no explorados de ser posible y a enseñar cómo resolvieron
sus hallazgos los inventores o creadores de novedosas tesis y teorías.
En
México, durante el segundo tercio del siglo anterior, un maestro para quien,
asimismo, no importaban saberes absolutos, prejuicios inefables o intrigas
ajenas al conocimiento objetivo en la ética de la responsabilidad y en el arte.
Para quien ningún prejuicio, ninguna
fama tenían para él, el más pequeño interés y el mínimo atractivo.
Modestia
aparte, acerca de él, con la motivación de este día dedicado al Maestro, me
permito decir, evocando a Herder: Este maestro, genial docente nacido en
Coatepec, alumno de los hermanos Caso, profesor brillante y pródigo en
lecciones acerca de los Sofistas, la Escuela de Marburgo; sobre la teoría de la
experiencia de Cohen y el legado de Kant, Kelsen y Natorp, llevó el nombre de
Guillermo Héctor Rodríguez, para muchos de nosotros, discípulos y alumnos en
Filosofía y Letras de la UNAM, inmortal con la inmortalidad del docente
creativo y ejemplar en el sentido de la filosofía universal.