Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







lunes, 6 de mayo de 2013

COMPAÑEROS EN EL RIESGO Y EN EL DOLOR




No hay, es imposible, palabras que logren mitigar el dolor por la pérdida irreparable de sus dos hijos. Ninguna expresión de solidario sentimiento podría traer alivio, jamás, en estos difíciles momentos. El luto cala desde dentro del alma y lo permea todo, absolutamente todo. 
En los hijos nos va una porción de nuestro ser, por no decir que nos va el ser entero. Antes de ver el tierno rostro de cada uno de ellos, anticipamos nuestro anhelo de continuidad, equiparable a la tendencia de sobrevivencia que domina todos los sentidos en nuestra especie.
Verlos partir, dejar de existir, intempestivamente, es sufrir en sí mismo, en la persona propia, la cancelación de muchas, sino de todas las esperanzas. Al menos,  de manera inmediata.
Lo ocurrido a David y a su apesadumbrada esposa Martha, es indescriptible. Da la impresión de tratarse de una atroz pesadilla, de una alucinación inefable.
Oficio para compartir vida es el periodismo, el diarismo. Oficio para comunicar sucesos y encontrarles  un sentido que a menudo pasa desapercibido para los otros, los demás. Oficio para comunicarse, para hacer partícipe a los semejantes la propia visión de las cosas, a fin de hacer posible el ideal de la interlocución. Y romper con los densos velos de la soledad que a veces nos aterra. El luto que hoy embarga  a quienes ejercen el mencionado oficio, nos alcanza a todos. La sociedad en donde acaba de ocurrir el atentado cruento vuelve a estremecerse y pronunciar similar exclamación en forma de pregunta: ¿Por qué? ¿Hasta cuándo?
A los esposos Páramo les ha tocado padecer, hoy lo sufren, la sinrazón de la intolerancia, una vez más ejercida por aquellos que sirven propósitos aviesos, objetivos  incompatibles con la buena, óptima, convivencia entre humanos. En la persona de sus seres amados, manos arteras han descargado odio y venganza, sin posible explicación. La Justicia por mano propia, a iniciativa personal, es vituperable siempre, sin fundamento, a todas luces.
Vaya, desde lo más profundo de nuestra consternación, toda nuestra solidaridad en estas horas en las que el tiempo se suspende para dejar abierta las compuertas de la desesperación.
Compañeros en el riesgo y en el dolor, a los esposos Páramo les enviamos el tributo de nuestra consideración sin límites. Nuestro afecto y comprensión palpitan al unísono de su postración y sufrimiento.
Nada, lo sabemos, podrá servirles sino para atenuar lo indecible en este difícil paso de sus vidas. Nada ni nadie hará por ellos, como no sea el vigor que brota de la fe en sí mismos y que trata de abrirse sitio por parte de los demás en forma de consolación.
Si la fe que invocamos viene y llega del cielo, bienaventurada esa fe que remueve lastres que emergen en un momento determinado de la existencia.
En el dolor nos hermanamos sintiendo ese oculto vínculo que nos hace más humanos, aún y tal vez en virtud de la adversidad.
Nuestro afecto en la desgracia, nuestra identificación con ellos que, como padres, son víctimas indefensas de inhumanidad sin nombre y de impulsos aberrantes impronunciables.