No hay, es imposible,
palabras que logren mitigar el dolor por la pérdida irreparable de sus dos
hijos. Ninguna expresión de solidario sentimiento podría traer alivio, jamás, en
estos difíciles momentos. El luto cala desde dentro del alma y lo permea todo,
absolutamente todo.
En los hijos nos va una
porción de nuestro ser, por no decir que nos va el ser entero. Antes de ver el
tierno rostro de cada uno de ellos, anticipamos nuestro anhelo de continuidad,
equiparable a la tendencia de sobrevivencia que domina todos los sentidos en
nuestra especie.
Verlos partir, dejar de existir, intempestivamente, es
sufrir en sí mismo, en la persona propia, la cancelación de muchas, sino de todas
las esperanzas. Al menos, de manera
inmediata.
Lo ocurrido a David y a su apesadumbrada esposa
Martha, es indescriptible. Da la impresión de tratarse de una atroz pesadilla,
de una alucinación inefable.
Oficio para compartir vida es
el periodismo, el diarismo. Oficio para comunicar sucesos y encontrarles un sentido que a menudo pasa desapercibido
para los otros, los demás. Oficio para comunicarse, para hacer partícipe a los
semejantes la propia visión de las cosas, a fin de hacer posible el ideal de la
interlocución. Y romper con los densos velos de la soledad que a veces nos
aterra. El luto que hoy embarga a
quienes ejercen el mencionado oficio, nos alcanza a todos. La sociedad en donde
acaba de ocurrir el atentado cruento vuelve a estremecerse y pronunciar similar
exclamación en forma de pregunta: ¿Por qué? ¿Hasta cuándo?
A los esposos Páramo les ha
tocado padecer, hoy lo sufren, la sinrazón de la intolerancia, una vez más
ejercida por aquellos que sirven propósitos aviesos, objetivos incompatibles con la buena, óptima,
convivencia entre humanos. En la persona de sus seres amados, manos arteras han
descargado odio y venganza, sin posible explicación. La Justicia por mano
propia, a iniciativa personal, es vituperable siempre, sin fundamento, a todas luces.
Vaya, desde lo más profundo
de nuestra consternación, toda nuestra solidaridad en estas horas en las que el
tiempo se suspende para dejar abierta las compuertas de la desesperación.
Compañeros en el riesgo y en
el dolor, a los esposos Páramo les enviamos el tributo de nuestra consideración
sin límites. Nuestro afecto y comprensión palpitan al unísono de su postración
y sufrimiento.
Nada, lo sabemos, podrá
servirles sino para atenuar lo indecible en este difícil paso de sus vidas.
Nada ni nadie hará por ellos, como no sea el vigor que brota de la fe en sí
mismos y que trata de abrirse sitio por parte de los demás en forma de
consolación.
Si la fe que invocamos viene y
llega del cielo, bienaventurada esa fe que remueve lastres que emergen en un
momento determinado de la existencia.
En el dolor nos hermanamos
sintiendo ese oculto vínculo que nos hace más humanos, aún y tal vez en virtud
de la adversidad.
Nuestro afecto en la
desgracia, nuestra identificación con ellos que, como padres, son víctimas
indefensas de inhumanidad sin nombre y de impulsos aberrantes impronunciables.