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Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







domingo, 28 de abril de 2013

FRENTE AL SECUESTRO, NO ESTÁ SOLA LA UNIVERSIDAD




Cinco ex rectores universitarios, encabezados por el doctor Guillermo Soberón, han hecho causa común con el jefe nato de la Universidad Nacional, José Narro Robles, exigiendo el ejercicio de la Ley por encima de los intereses diversitarios que rondan en torno a la casa de estudios. Sus nombres brillan sobre la densa oscuridad que se abate sobre el Alma Mater: Octavio Rivero, José Saruhkán, Francisco Barnés de Castro y José Ramón de la Fuente.
Diez días después de la llamada “toma” de la Rectoría, este gesto solidario es considerado ejemplo  que enaltece a los ex líderes académicos en horas que podrían ser aciagas para la enseñanza superior en el país.
Si el objetivo es repetir el episodio que se enseñoreó en la UACM, los delincuentes al servicio de la reacción se equivocan. Las universidades públicas no son, no tienen por qué ser, botín de advenedizos de la política. Su lugar, el lugar de los autores “intelectuales”, en todo caso, está en los Partidos. Trátese de organizaciones del centro, de la extrema derecha o de la delirante izquierda.
Guillermo Soberón es paladín de la autonomía universitaria. Su lúcida gestión es memorable ante la embestida irracional en pasadas décadas y es llamado de alerta frente al intento de poner en jaque a los encargados de sacar adelante la reforma educativa en ciernes. Los provocadores debieran saber que no son tiempos, los actuales, para denostar al rector, con la mano en la cintura, como ocurrió con el doctor Barnés hace dos sexenios. La experiencia en la UACM no es aleccionadora, tampoco, con ese efecto.
Los provocadores de oficio se han escudado en el manto de la impunidad, lo cual facilita su obstinación para tratar de minar el prestigio de la Universidad, vejar la investidura rectoral y obstruir las tareas de la inteligencia. Motivados por la inepcia oficial, la mancha de la ignominia quedará como un testimonio de la impotencia e ineficacia del anarquismo y como crónica que explique sucesos  torvos, similares a los del pasado 1 de diciembre. Pretender hacer de las chispas dispersas de inconformidad, la gran hoguera en donde sucumba la marcha del país, es anhelo de la desesperación cuando no resultado de mentes desquiciadas por la frustración y la derrota.
Luis Raúl González Pérez, abogado de la Universidad Nacional, ha hecho lo conducente, siguiente instrucciones del Rector y los acuerdos de la Junta de Gobierno. Los invasores de la Rectoría están, por lo tanto, a resultas de la acción penal, además de que exhiben, una vez más, a sus patrocinadores. Por otra parte, Los expulsados de la UNAM son desde ahora prófugos de la ley.
El llamado del rector Narro, convoca a la cordura. Expresa la convicción de que  el diálogo entre universitarios es camino idóneo para resolver atender las diferencias en el seno de la legalidad institucional, bajo el entendido de que hay de por medio la garantía constitucional del régimen de la autonomía. Así, manifestó: “Frente a la sinrazón, la imposición y la violencia, las respuestas deben ser dadas a partir de la inteligencia, el apego a la legalidad y la prudencia”.
Perduran, con todo, los enigmas: ¿A qué responde la indefensión a que se confina la Universidad? ¿Qué explicación hay para  el incumplimiento de la acción judicial tras las denuncias reiteradas de intromisión y secuestro de la Rectoría de la UNAM, todo ello con alevosía? Finalmente, ¿qué hay detrás de todo, a la luz de lo que ocurre en Guerrero, Michoacán y Oaxaca? ¿Se trata de una delegación de autoridad, de franca inepcia, o de plano contubernio? Más aún, ¿es una especie de autosecuestro del Estado impuesto por francotiradores ocultos desde las filas de la reacción incrustada en el poder?