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Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







miércoles, 7 de septiembre de 2011

CON UN PROYECTO DE NACIÓN, EL REGRESO A LOS PINOS


                                            Por Federico Osorio Altúzar

La vuelta del PRI a la Presidencia de la República está sujeta a principios y condiciones de posibilidad. Una de ellas, la principal, consiste en no retornar a la sede de la que fue expulsado hace dos sexenios, vacía la alforja de proyectos, planes y esperanzas. Quiere volver con una agenda ciudadana en la que esté plasmada la voluntad de la población en programas de bienestar social, concebidos con el aval de todos los sectores, inspirados en el ideal de nación incluyente, participativa y corresponsable. Es decir, con dirección, sentido de asociación y rumbo.
Un país con brújula, da entender el senador Manlio Fabio Beltrones, es aquel que hace de la planeación la palanca de crecimiento con un propósito definido, el desarrollo social. Es un conglomerado social cohesionado con la fuerza y los valores de igualdad, justicia y equidad, los cuales derivan del concepto de nación, y que actúan como faro que ilumina la  marcha hacia el camino del progreso en la libertad.   
Con proyecto de país, precisa, volverá el PRI al despacho del Ejecutivo federal. De otro modo, asegura, sería peligroso, irresponsable y aun  temerario regresar como si fuese el hijo pródigo de la parábola: para recibir los afectos a los que por sí mismo renunció.
El PAN, por cierto, llegó a la Presidencia de la República sin un plan preconcebido, consensado, sometido al crisol de la aprobación popular. Llegó con el portafolios vacío, al azar, de proyectos de desarrollo social, con un itinerario improvisado; sin una orientación clara, unívoca, como no fuese la de asumir, detentar el poder y hacer del mando una forma de ejercer la autoridad para el uso y usufructo de beneficios materiales para sí.
Vicente Fox es el símbolo de la frivolidad y de la ineficacia política y administrativa. Representa el triunfo del predominio proimperialista en el país, bajo el artilugio de la alternancia pseudo democrática. A su vez, el actual ocupante de Los Pinos, Felipe Calderón, es ejemplo incontrovertible de cómo afianzarse en el denominado supremo poder, creando desde sus inicios el enemigo a vencer, el crimen organizado, bajo la forma de un adversario implacable representado por los cárteles de la droga, exportado éste desde los dominios del vecino país, con el apoyo de sus cuerpos de inteligencia.
Ante ese panorama, el ex líder del Senado, Beltrones Rivera,  pone a juicio ante el Sínodo de su partido, el PRI, el apremio de no dar un paso antes de tener el formato, con “agenda et corrigenda”, listo para ser puesto al juicio crítico de los ciudadanos a fin de contar con su validación política. Es decir, para tener el visto bueno, en gran medida, de todos los sectores de la sociedad.
Primero el plan de país, dice Beltrones, y luego quien habrá de abanderar  el proyecto. Antes que nada el mapa ideal, con todo y brújula. Y después, el líder que encabezará la expedición. Un esquema con ideas y con un sustento humano invulnerable.
Habrá que descartar la política como contienda de opuestos según la tesis de Carl Schmitt, la política como asunto bélico, de guerra amigo Vs. enemigo.
Frente a la tesis neofascista está la propuesta democrática de la conciliación de los contrarios, el reinado de la tolerancia, de la participación. Frente a la idea de hacer prevalecer al más fuerte, por su capacidad de acopio de riqueza y control de los medios para generar bienes materiales, está la planeación democrática con todos los recursos humanos disponibles: económicos, intelectuales, laborales. Con todo aquello que hace grande y próspera a una nación: la fuerza política y moral basada en  virtudes intercambiables: la lealtad, el compromiso y la identificación  con el otro, con los demás, en un plano de relativa igualdad y según el esquema de la plena libertad y corresponsabilidad.