Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







viernes, 7 de junio de 2013

¿DERECHO A LA IMPUNIDAD?



Sonora, el Estado abanderado de la Revolución Mexicana junto con los de Morelos y Chihuahua, está siendo convertido, en un Estado escindido, próximo a la violencia y a la confrontación. Los sureños acaban de sellar el pacto de la rebelión civil, con razón y justicia, en nombre de intereses prácticos en los cuales les va la sobrevivencia a muy corto plazo. El agua, insumo vital, se ha vuelto asunto de protesta pública generalizada. Lo que dio origen a la convivencia y a la solidaridad en los orígenes de la Humanidad, en el escenario actual es piedra de escándalo y letal discordia.
Implicaron los habitantes del Sur en su resolución para hacerse oír en las altas esferas del Estado y la Federación, el derecho a la inconformidad y a la desobediencia civil, a través de acciones que colocan en evidencia al gobierno de la Entidad.
Siguieron, con ese efecto, las directrices propuestas por el inglés John Locke enunciadas en sus ensayos sobre el Gobierno, haciéndolas propias en las movilizaciones cívicas que ya marcan un hito en la historia reciente de Sonora. Locke escribió: “Si el pueblo se ve reducido a la miseria y es víctima de los abusos de un poder arbitrario, el final será siempre el mismo. Él estará siempre dispuesto a quitarse de encima una carga que le resulte insoportable”.
El pensador de referencia sostuvo, con letras indelebles y con plenitud de lucidez:: “Rebelión es oponerse no a las personas, sino a la autoridad. Y ésta se basa únicamente en el régimen y las leyes del gobierno”.
Frente al derecho a la desobediencia civil, los más recientes sucesos en la tierra de los Obregón y los Calles, llevan a formular la candente interrogación: ¿Hay un derecho a la impunidad? ¿Existe algo así como un fuero inviolable, con arreglo al cual la persona investída de autoridad está en condiciones de ejercer poderes discrecionales en contra del bienestar y la felicidad de los ciudadanos? ¿Son las leyes y normas configurativas del Estado de Derecho sólo imperativas para el común de las gentes, pero no para el mandatario o gobernante en turno?
En Sonora, el Ejecutivo estatal, Guillermo Padrés, eludió acatar  la máxima de derecho en cuanto a cumplir y hacer cumplir los ordenamientos, erigiéndose a su vez en juez y parte invadiendo el ámbito de las resoluciones y colocándose, no a las  resultas de la legalidad, sino a sus espaldas, interfiriendo su estricto cumplimiento. Por ahora.
Su conducta al respecto, lo sitúa bajo la condición señalada por John Locke en el sentido de propiciar el derecho a la rebelión y, más claramente, de facilitar la respuesta popular, cívica, ciudadana, de inconformidad, protesta y movilización pública, con las consecuencias del caso. 
La voz del pueblo es la voz de Dios, dijeron los romanos. En la democracia, por medio de la voz de los ciudadanos hablan las leyes, las normas de observancia general.
Desoír la voz del pueblo para aquéllos era desatender la voluntad divina; entre nosotros, hacer caso omiso, incurrir en desacato, es cometer desaire al derecho, caer en conducta ilícita. Por añadidura, con los efectos punitivos de los casos en cuestión.

Así, en lugar del orden jurídico, la validez y eficacia de las normas, el Estado de Derecho, en Sonora se trata de hacer valer el derecho a la ilegalidad; es decir, convalidar el imperio de la anarquía. Ahora bien,¿coexistirían dos Estados en uno, el de la desobediencia civil y el del autoritarismo? ¿De ser así, por cuánto tiempo? ¿Las leyes, por un lado, y los temperamentos, por otro?¿Predominarían los intereses personales? En resumen: ¿Triunfaría, acaso, el  derecho a la impunidad?