Se acerca la hora de la
verdad para el PRI y para el PAN, sin descontar por supuesto al sigiloso Partido
de la
Revolución Democrática. El día de la verdad está a la vuelta.
El venidero 7 de julio, el polígrafo, detector de verdades, a manera de
gigantesco crisol, y como si fuese la misma Esfinge hablará a través de dígitos.
Para votantes y espectadores serán enigmas a descifrar, señales o expresiones
como las que gustaba enunciar al viejo Heráclito ante el solaz y regocijo de sus
contemporáneos.
Cierto: ni el flamante PRI
remozado por dentro y por fuera al decir de sus líderes y militantes, y tampoco
el recién destronado PAN lo tienen todo consigo. Estos comicios intermedios
serán algo así como un termómetro para medir anticipadamente y hacer mesurados
vaticinios sobre los triunfos futuros de las máquinas barredoras en busca de
triturar a su inmediato enemigo.
Con ese efecto, sus
estrategas, asesores, promotores y
publicistas de oficio hacen hasta más no poder a fin de persuadir a los
millones de escépticos votantes acerca de la bondad de sus propuestas, la
transparencia de su oferta política y la verdad de sus promesas y compromisos.
Será el polígrafo popular el
que exprese la última palabra, la
Vox Populi a través de la cual se externa su opinión y
determinación sobre el desempeño de la clase política en denodada lucha y búsqueda
de más, y cada vez más poder.
El panorama es incierto, por
no decir sombrío, desconcertante y hasta deplorable por los sucesos que se
abaten sobre las organizaciones partidistas y en cuyo seno se debaten sus
huestes. En el PAN, el derrumbe toma visos de pleito de vecindad a falta de una
previsora y convincente agenda electoral o plataforma ideológica. Hacia dentro,
el harakiri, hacia afuera un mísero portal doctrinario, ayuno de ofrecimientos
y perspectivas persuasivos de renovación social y política.
El PRI, en vías de
recuperación, padece, sin deberla ni temerla, los efectos de ineficacias ajenas.
Sobre su aún endeble estructura gravita fuerte la campaña de improperios contra
sus dirigentes, líderes parlamentarios y también por causa de la conducta de
más de un mandatario local. El partido del legalismo, de la modernidad y del
progreso institucional arrostra el peso del desprestigio por un pasado reciente
de confabulación y complicidad con los abanderados de la reacción en el país.
Entretanto, asoma su rostro
el PRD, en vías de recuperación tras su derrota del 2012. Se apodera de la
causa de los tabasqueños, abandera a los guerrerenses azotados por la impunidad
oficial y ataca la corrupción galopante en Coahuila y Veracruz. En fin, ventila
a todos los vientos lo que sucede en el desventurado Estado de Sonora, por obra
y desgracia del panista Guillermo Padrés. Por cierto, corre en voz de los
sonorenses el dicho de que mejor les iría, si su mandatario, al igual que don
Porfirio Díaz hace un siglo, hiciera vela en otro “Ipiranga” y convirtiera en
refugio político Francia; en exilio, la ciudad de París.
Precisamente ahí, en Sonora, actúa
el PRD como si fuese ya triunfador en el Distrito XVII, donde el PRI sufre la sacudida del “quítate tú que me pongo
yo”. Allá, Jesús Zambrano, su líder nacional, se lleva las palmas entre
simpatizantes a juzgar por su rotundo apoyo a la causa de la Tribu Yaqui y a los acosados
productores de la región del sur de la entidad.
Con lenguaje de Gaetano
Mosca, autor de “La
Clase Política ” (FCE,
1984, 350 p.), los próximos comicios serán una gran posibilidad para medir, con
el polígrafo popular en la mano, la suerte de la democracia mexicana, el
desempeño de los grupos de poder, a fin de rectificar rumbos, corregir
entuertos, precisar metas y destinos. Todo ello, a partir del 7 de julio
venidero.