Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







martes, 18 de junio de 2013

DÍAZ BROWN: FRENTE A UN LEGALISMO SIN LEY





Formal y materialmente, en  Sonora el federalismo está pasando a mejor vida. La noción de Estado está siendo borrada, ahí, sin mayores apuros, del mapa de la geografía, lo que hace una patria  y define a una nación. Ésta, lo sabemos, se configura por entidades libres y soberanas, con miembros adherentes al pacto federal. Lo que ocurre allá nos hace recordar la vieja y dolorosa experiencia histórica cuando Tejas, la porción territorial abandonada política y administrativamente a la ambición de los vecinos del Norte, fue segregada y amputada de nuestra jurisdicción sin reclamos valederos.
Tierra de nadie, podría declararse ante el abandono del Estado de Derecho. Tierra de nadie, en donde las disposiciones constitucionales no tienen validez ni eficacia, y en donde prepondera la voluntad subjetiva del Gobernador sobre el imperio de la legalidad. Tierra de nadie, en fin, en donde los poderes públicos se sobreponen al ejercicio del autoritarismo y en donde la anarquía sigue haciendo de las suyas. Y para colmo, en donde las sentencias judiciales y las resoluciones del órgano justiciero supremo carecen de fuerza imperativa.
Voz que clama en el desierto sonorense, dan la impresión de ser los reclamos, las advertencias y los exhortos de los representantes populares en la Cámaras de Diputados y de Senadores, así como la muy valerosa y valiosa voz del alcalde de Cajeme, Rogelio Díaz Brown, quien por cierto es toda una revelación política, a ojos de propios y extraños, por la intrepidez de su palabras como por el arrojo de sus actos.
Frente a un legalismo sin ley, de cara a un vacío físico y formal o estructural de poder, Díaz Brown ha tomado el toro por los cuernos, sale al paso de los calamitosos sucesos,  con entereza y pundonor, y encabeza la lucha cívica por la defensa del agua, interpretando el sentir de los ciudadanos en pie de protesta por los abusos, la intemperancia y la inepcia de un Ejecutivo “de nomine”, sólo de nombre.
La estrategia del aún mandatario (en el caso, el nombre es lo de menos), es ”dejar hacer, dejar pasar”, tratando por ese medio de orillar a los manifestantes, a colocarse en ilicitud, en condición a fin de que opere y se cumpla la normatividad penal. Y en ese caso, empujarlos a situaciones extremas, a la  desesperación, con el fin de que obre la fuerza de la ley en sentido inverso. Es decir, que en vez de someter a quien provoca con el fuero de un poder arbitrario, se ejerza la fuerza del garrote y de las bayonetas en contra de quienes han demostrado tener de su lado la  justicia jurídica, es decir, la legalidad y la constitucionalidad.
¿Cuánto vale negociar la ley? ¿Tres o cuatro mil millones de pesos? ¿Puede algún magnate pagar el costo de la impunidad a ojos vistas? ¿Es, acaso, negociable el hurto furtivo o sin tapujos del agua?
Son las anteriores algunas de las preguntas que ha hecho en público el munícipe de Ciudad Obregón. Son preguntas hasta ahora sin respuesta, por parte de los ejecutivos estatal y federal, de Enrique Peña Nieto y de Guillermo Padrés Elías.
La más reciente expresión del alcalde, por cierto hace poco galardonada en el seno del organismo que reúne a los munícipes del país, en el sentido de que si al Gobernador Padrés, ausente de sus deberes constitucionales, no le es posible resolver el trasvase ilegal del agua, en tiempo perentorio, él mismo, en persona, apagará las bombas furtivas  del Acueducto.

Afortunadamente, con todo y los presagios de drama o de tragedia que envuelve el insólito caso de vacío de poder, de legalismo sin ley, en la investidura y persona de Rogelio Díaz Brown hay madera de gobernante y político con perfiles de estadista. Por lo anterior, se puede afirmar que los cajemenses, en pleno y consciente ejercicio de sus derechos ciudadanos, pueden convenir, sin visos de equivocación, que el Alcalde, su Alcalde, es hombre y funcionario de palabra.