Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







martes, 24 de mayo de 2011

EN MEMORIA: GUILLERMO HÉCTOR RODRÍGUEZ, 1910-1988




                                                       Por Federico Osorio Altúzar
                                                                           
El 4 de mayo, en 1988,  murió el maestro Guillermo Héctor Rodríguez. Su hijo, Héctor Rodríguez Franco, nos participó la fatal, dolorosa noticia. “El Dictamen” de Veracruz, Decano de la Prensa Nacional, publicó al siguiente día esquelas e información acerca de la luminosa existencia de uno de los hombres más sabios, honestos, nobles y generosos que hayan nacido en el Estado de Veracruz y en todo México.
Los porteños de los años cuarenta del siglo anterior lo recuerdan como un ejemplar y pundonoroso alcalde de la ciudad. En la década de los setenta, decenas de alumnos de la Facultad de Periodismo de la Universidad Veracruzana y del entonces Colegio Colón recibieron el inigualable beneficio de sus enseñanzas filosóficas y jurídicas. El presidente Adolfo Ruiz Cortines, coterráneo suyo, en son de broma solía llamarlo “el Kant de Coatepec”, según nos comentó el maestro, alguna vez, en forma festiva como anécdota.
Po nuestra parte, tuvimos el privilegio de haber asistido en la Facultad de Filosofía y Letras, de la UNAM, a sus cátedras de Teoría del Conocimiento y de Historia de la filosofía, siglos XIX y XX, en los primeros años de la década de los sesenta. La primera de dichas cátedras llevaba, según podía leerse en el tablero de la Facultad, el epígrafe: “Conocer es crear o Conocer es reproducir”, enunciados de suyo desconcertantes para unos, sugerentes para los demás. Posteriormente, ya jubilado, impartiría la asignatura de Ética que, según nos daba a entender, jamás se le había facilitado el impartir.
En lo personal, el eros pedagógico del maestro Guillermo Héctor Rodríguez nos llevó a compartir dentro y fuera del aula el fuego vivificante de su enseñanza y nos mantuvo  cerca de él hasta los últimos días de su magisterio universitario en la UNAM. Participamos en la cena-homenaje con motivo de su jubilación y de manera    asidua, vía telefónica, hasta unos cuantos días de su muerte. En aquella memorable ocasión, en ocasión del jubileo, lo rodearon distinguidos alumnos suyos: Fausto Terrazas y Leandro Azuara (fallecidos por cierto antes que él) y connotados discípulos: Ulises Schmill Ordóñez, Ariel Peralta García, Luis Octavio Hernández, José Herrera Madrigal, Enrique Moreno Armenta, y otros más.
Dividía sus afectos entre Veracruz y la capital del país, ciudad ésta en donde enseñó, investigó, polemizó y formó numerosas generaciones de abogados, funcionarios públicos, maestros universitarios, escritores y discípulos que cultivaron el pensamiento filosófico, tradujeron con él clásicos del neokantismo marburguense y de la jurisprudencia pura. Contó con numerosos estudiosos y cultivadores de sus ideas, pues sabía unir a la virtud de la generosidad la motivación del respeto y la profunda estimación hacia su figura circunspecta y honorable.
Después de haber consagrado más de tres lustros, durante su retiro en el heroico puerto de Veracruz, al análisis, la crítica y dilucidación de las corrientes contemporáneas de la lógica, del pensamiento griego y de la filosofía del derecho según los rendimientos de Kant, Cohen, Natorp, Cassirer y Kelsen, puso al alcance, en edición privada, los estudios que configurarían el Archivo de metodología científica (números 13 y 14, fechados en  1978 y 1879)  Contó, al efecto, con el patrocinio y apoyo de la familia Pasquel, lo cual siempre reconoció. No obstante, tenía en mente regresar a la Ciudad de México para compartirnos a sus seguidores cercanos el fruto de su infatigable e  invaluable labor intelectual. Y, claro, discutir públicamente sus puntos de vista con arreglo al público y libre examen.
En el periódico “El Universal”, don Ángel Trinidad Ferreira escribió, el 11 de junio, al siguiente mes del deceso del maestro, lo siguiente: “…logró que se descubrieran múltiples vocaciones genuinamente intelectuales entre algunos de sus alumnos de entonces, y discípulos después, quienes seguramente le agradecerán íntimamente  buena parte de su formación, aunque estén dispersos a lo largo y ancho de nuestra República. Sólo es de lamentar que su muerte haya pasado inadvertida en los medios universitarios Ninguna alusión. Ningún homenaje siquiera póstumo a cambio de los tantos que mereció en vida y que se le adeudaron para siempre. Vamos, ni aún una esquela  en los diarios para quien tanto y tanto dio, y entregó a la Universidad Nacional Autónoma de México. No en vano alguien decía que guardar buena memoria era más de una cualidad moral que intelectual, para evitar incurrir en ingratitudes como ésta…”