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Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







martes, 27 de junio de 2017

GUARAJÍOS, UN TESTIMONIO EJEMPLAR

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En riesgo de extinción, la comunidad de guarajíos convive en sitios remotos de la Sierra Madre Occidental, particularmente en límites de los municipios de Moris, Chihuahua, y Álamos en el sur de Sonora.
Sin embargo, miembros de la mencionada tribu, un grupo de adolescentes, acaba de egresar del Telebachillerato; trece de ellos proseguirán estudios avanzados en el escuela denominada “El Quinto”, ubicada en el municipio de Navojoa, muy cerca de la que ahora es flamante internado y Universidad del Pacífico.
La noticia se produce semanas después de haberse anunciado el acuerdo federal que abre la oportunidad a las poblaciones aborígenes a fin de que sus niños, adolescentes y jóvenes realicen estudios de enseñanza básica, media y superior en sus propios idiomas.
La comunicación en general y en especial la educativa genera sentimientos de identidad en la medida que tiene su inicio en el lenguaje originario. Aunque modesto, el legado cultural tiene como fuente vernácula el idioma por medio del cual se formulan los primeros intercambios y diálogos.
Volviendo al testimonio del grupo de jóvenes guarajíos que terminan con distinguidas notas escolares, cabe reconocer con la presidenta del DIF regional,  Margarita Ibarra de Torres, madrina de la susodicha generación, que la recién egresada de las aulas del Telebachillerato es testimonio tangible, viviente y ejemplar de lo que puede hacer la enseñanza en beneficio de etnias olvidadas en zonas inhóspitas.
Díganlo si no los hijos de marginados grupos que pululan en el semidesierto, que sobreviven de milagro en partes insalubres e incomunicadas. Son descendientes de ópatas, mayas y yaquis; de triquis, mazahuas y lacandonas en el Norte, en Oaxaca, Estado de México y Chiapas.
En torno a esas comunidades, en las grandes concentraciones urbanas se yerguen ostentosos institutos y universidades; politécnicos y centros de formación de investigadores y maestros especializados.
Pero les está vedado a ellos gozar de la instrucción privilegiada para quienes, en el papel, lo tienen todo: becas, promociones, estancias en el extranjero. Etcétera.
Entre paréntesis, son éstos también víctimas no pocos de ellos del latrocinio y la corrupción ejercida por políticos indignos de sus investiduras quienes roban cínicamente y a manos llenas los recursos destinados a la educación en todos sus niveles.
Pero la primera generación de guarajíos es el reverso de una medalla de rotación común y corriente.
Indica que los indígenas no son ni tienen por qué ser tratados como mexicanos de segunda en una nación cuyos principios son los del igualitarismo y la fraternidad.
El testimonio expresa con viva elocuencia que ha llegado el momento de poner fin final a las prácticas afrentosas de marginar y marginar cada día, más y más, a los marginados de hace más de cuatrocientos años.
Grupos de mexicanos, indignos de esta denominación, flagelan a la vista de todos, desde Chiapas hasta las fronteras con el Imperio, a las indefensas etnias: roban sus propiedades, minan la salud de ancianos y pequeños, de hombres y mujeres. Les niegan y difieren, hasta más no poder, los beneficios de la modernidad: luz eléctrica, señalizaciones para uso educativo, seguridad y comunicaciones expeditas.

Testimonio viviente y ejemplar de lo que son capaces de realizar por ellos mismos y en favor de sus poblaciones, los indígenas a quienes se convalida el derecho a la educación superior, técnica y humanística, es asimismo señal de que avanzamos por los caminos de la igualdad con arreglo a los principios normativos. Sin desdeñar o desatender el valor histórico de los Usos y las Costumbres.