El
rector Enrique Graue Wiechers ha puesto el dedo en la llaga. Para empezar, ha emprendido la guerra contra la
delincuencia en la sede nacional de la educación superior, de la que es el jefe
nato.
Además,
ha cuestionado con las palabras de la Ley., entre otros casos, hechos
inadmisibles de corrupción cometidos por ex gobernadores de los Estados.
Habría
que sumar a esto los actos de contubernio en las cárceles federales y estatales
donde se enseñorea, por igual, la impunidad: tenencia de armas de alto poder,
como acaba de ocurrir en el cerezo de Ciudad Victoria, Tamaulipas.
Comercio
ilícito, latrocinio y violencia organizada es el común denominador, ahí en
donde, es de esperar que predomine el cultivo de la inteligencia, la honesta
administración de los bienes ciudadanos y la seguridad a toda prueba.
Las casas de
estudio se denominan, por algo, templos del saber.
El
rector Enrique Graue, en tal sentido, es custodio de integridad del campus universitario
en su conjunto. Es cabeza visible de la institución en la medida que representa
los valores superiores que ahí, dentro, se crean y procrean por quienes
configuran la materia prima que da al plantel sentido: prospectiva y viabilidad.
En
la toma de posesión al cargo que lo convirtió en jefe nato de la UNAM, el
doctor Graue expresó su determinación de dar la batalla a fondo contra la ilicitud
en la Casa de Estudios.
La
impunidad estaba como sobrepuesta, una especie de férrea coraza, incubándose
por encima de las normas en que se fundamenta la autonomía universitaria.
El
narcomenudeo es un caso, visible a primera vista, en los espacios recreativos
que hacen de la institución una casa señera, habitable, confiable y propicia
para el trabajo intelectual.
De
larga memoria, el nefasto fenómeno se fue gestando al amparo de la autonomía,
con el aval de administradores negligentes, irresponsables y complacientes.
El
rector Graue formuló el compromiso, con la asistencia y el respaldo de la
comunidad, de ir al fondo de las anomalías, inaugurando así una era de
convivencia académica y diálogo creativo entre maestros y alumnos, directivos y
empleados de la Universidad.
Hoy
en día está volviendo experiencia y realidad lo que al inicio de su rectorado fue expresión
y promesa.
Se
ha dado término al sigilo, al susurro, a la secrecía. La UNAM vuelve a ser casa
abierta, campus donde impera la
transparencia y la lucidez. Por ello, está a las resultas de su derecho y
obligación para actuar con arreglo a la legalidad, de manera similar a como lo
hacen todas las personas, las instituciones públicas y privadas. En su caso, procede
de acuerdo con el régimen que le garantiza el desempeño responsable de la
enseñanza, la investigación y la comunicación cultural.
Gozan
de las garantías de libertad quienes ahí conviven para desarrollar cabalmente el
conocimiento de las verdades científicas de la naturaleza, del saber acerca de
las instituciones sociales y de la belleza del arte y su historia.
Es
ajena a los muros de la incomprensión, a los compartimentos exclusivistas y a
la discriminación en el cultivo de valores que dan sustento a la vida social.
Nada de lo que sea creatividad, le resulta ajeno e inaccesible. Egresa
ciudadanos dignos de esa denominación, útiles para el desarrollo y el progreso;
responsables y por tanto impulsores de legalidad. Es custodio de libertades y
templo del saber universal.