Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







miércoles, 2 de julio de 2014

DERECHO A LA CONSULTA: FRENO AL ABUSO Y A LA ILEGALIDAD


Un derecho más que privilegio otorgado por el poderoso, es la consulta popular. Es forma de control ciudadano con la finalidad de evitar, y aun de impedir, que impere los impulsos del autócrata y las tendencias del aprendiz en política, cuyos abusos van del  atropello hasta la temeridad y la plena ilegalidad.
El ejercicio de la consulta es, en este sentido, parte esencial, constitutiva, de la democracia en el Estado de Derecho.
Ocurre el comentario con motivo del acuerdo concertado para efectuar la consulta a la Tribu Yaqui acerca de la construcción del gasoducto Sonora-Sinaloa. Pero las malas lenguas hablan de “tapar el pozo después del niño ahogado”, aludiendo al Acueducto Independencia: a los abusos, la corrupción y los delitos de “cuello blanco” cometidos durante su arbitraria ejecución y puesta en servicio.
Sin embargo, se trata de dos proyectos diferentes. Para empezar, el gasoducto Sonora-Sinaloa es un proyecto del Gobierno Federal, con previsibles efectos que garantizan el desarrollo integral de ambas Entidades: impacto en el empleo regional, fomento en la actividad agroindustrial y las manufactureras, así como en la producción de energía a precios accesibles.
El Acueducto Independencia fue un proyecto organizado  en la penumbra que da la semioscuridad del silencio y favorece  la complicidad en lo que se refiere a inversiones y a su nominal utilidad en cuanto a beneficios en favor  de la sociedad en su conjunto. 
En cambio, el gasoducto Sonora-Sinaloa es, en principio, un proyecto con sentido social, Se trata de una obra con miras al futuro progreso regional.
Por su parte, el Acueducto se ha vuelto un verdadero “dolor de cabeza”, dice con toda razón el alcalde de Cajeme, Rogelio Díaz Brown. Representa, ciertamente, un atropello a los derechos de la Tribu Yaqui y es una fuerte embestida contra los productores del sur del Estado. En suma, es un perjuicio evidente a las finanzas públicas, a la Ecología del Valle del Yaqui ahora y  en el muy corto plazo.    
Por otro lado, mientras el gasoducto se perfila como un modelo a seguir en todo aquello que tiene que ver con el ambiente, con la productividad y el empleo, el uso y el usufructo de los recursos naturales en términos de beneficio social, el Acueducto y lo que de él quede, se avizora como ejemplo a no seguir, referente de lo que no deberá nunca repetirse. Es decir, el primero favorece al Estado democrático de Derecho; el segundo, al contrario, reinstaura usos y costumbres del Estado autocrático de Derecho. Uno justifica la participación ciudadana; el otro la desvirtúa, la mancilla y la corrompe. 
El municipio de Cajeme considera un “honor”, con palabras del alcalde Díaz Brown, el haber sido elegido escenario para formular el acuerdo según el cual la Tribu Yaqui  reasume sus derechos a ser oída y consultada. Y esto abona el ejercicio democrático por parte del Ayuntamiento, de su edil y de los ciudadanos, para quienes el poder del sufragio es factor básico en la recuperación de la democracia en Sonora, próximamente.
El paralelismo no termina aquí. Tendrá repercusiones a tomar en cuenta para futuras propuestas antes de decidir, en lo oscuro y el silencio, su eventual  realización. Por lo pronto habrá que examinar la intencionalidad que hay detrás de ambos proyectos: su perspectiva social, los costos en lo económico y en lo político. En suma, lo redituable en orden al bienestar, desarrollo y progreso de la comunidad.

Los tiempos de austeridad, cautela en las inversiones públicas y atención a la demanda de transparencia en el manejo de los bienes públicos, reclaman que el ascenso al poder se acredite según la experiencia de los aspirantes, su honestidad y respeto a los derechos de las minorías. La vuelta a la democracia tiene, por lo visto, altas exigencias.