Tal vez esta sea la última
confrontación de la etnia yaqui frente a sus acosadores. En la crónica de la
guerra contra los conservadores del siglo XIX, de Manuel Balbás y Fortunato
Hernández (Hermosillo, Sonora, 1985), es asombroso el heroísmo y la dignidad
para defenderlo que era botín en discordia: las tierras de su heredad. Hoy son
los predios de labranza y los mantos freáticos hurtados con lujo de
prepotencia, valiéndose de su tradicional olvido e indefensión.
El actual capítulo, plagado
de provocaciones en esta larga historia, es el enfrentamiento organizado con
los más aviesos fines: el relacionado con la transferencia de mandos, a
efectuarse justo en este 6 de enero. De lograrse el objetivo, la valerosa lucha
de los yaquis por el recurso del agua terminaría en lo que, por lo visto, ha
sido y es hasta ahora: un “ejercicio de simulación”.
Por cierto, las tierras con
las que el general Cárdenas rehabilitó a la Tribu, aparte de otras etnias y
otros desposeídos, de Coahuila por caso, en compensación
por la sangre derramada por ellos durante la Revolución, les fueron refrendadas
por Luis Echeverría, habilitándolos con recursos financierosy medios para su
explotación y beneficios. Aunque, como es sabido, Carlos Salinas de Gortari
expuso al interés de los acaparadores las tierras ejidales al convertir en
letra muerta los títulos de heredad comprometidos, convirtiéndolas en objeto de
compra-venta al mejor postor.
Los mandatarios
conservadores, Fox y Calderón, quisieron dar el tiro de gracia a los grupos indígenas,
abanderando la ancestral lucha en su
contra poniendo restricciones a las políticas de solidaridad ejecutadas
por el entonces responsable de los programas de bienestar social: el sonorense
Luis Donaldo Colosio, victimado, a su vez, por la traición política desde la
entraña del poder.
Han sobrevivido los yaquis a
embestidas como las perpetradas con motivo de Ley Lerdo de 1856
cuandoresistieron persecución del régimen para colonizar propiedades aborígenes
en los valles del Mayo y del Yaqui. Asimismo, se sublevaron en 1897 liderados
por el sucesor de Cajeme, Tetabiate,
quien firmaría la llamada Paz de Ortiz, y cuya muerte sería voz de alerta para
advertir acerca del infundio de que los indios son incapaces de convivircivilizadamente
en paz, laboriosidad y armonía.
La más reciente de las
guerras que han tenido que librar los indígenas no sólo del Yaqui, sino de todo
el territorio nacional, del norte y el noroeste, del sur y el sureste, lleva el
lema de que los indios son perezosos, semisalvajes e ignorantes; predispuestos
al vicio, la abyección y la violencia, por lo que merecerían no sólo la
marginación sino el despojo de lo que no son capaces de usufructuar.
Vía el confinamiento, la
discriminación en los beneficios de la salud, la educación y la ocupación
productiva para la autosuficiencia, las etnias, como ahora la del Yaqui, son
expuestas a la opinión pública como alteradores de la ley, usurpadores de lo
que no les pertenece, obstructores de la vida organizada: comercial,
agroindustrial. En fin, delincuentes salteadores en la vía pública, por decir
lo menos.
Hoy las etnias en el sur de
Sonora se enfrenten entre sí. Como en el
pasado, son objeto de cruel simulación al servicio delos poderosos. Si entonces
fueron víctimas de la voracidad de colonizadores criollos y extranjeros, hoy se
ven envueltos en mantos de odio racial, menosprecio por su apariencia de
ciudadanos de segunda o de tercera: que así suelen tratarlos o clasificarlos.
Mientras tanto,la ONU
advierte al gobierno de Peña Nieto sobre
vulnerabilidad de los derechos humanos entre los indígenas. Y el EZLN
celebra, redivivo, el vigésimo aniversario de su alzamiento.