La metáfora del anciano que
se va para dar entrada al año recién nacido, vuelve a repetirse. Forma parte de
la ley del eterno retorno. Pero se olvida por momentos la sabia admonición de
que el pasado adquiere sentido en función del futuro y que éste depende de lo
que nos propongamos, hagamos o dejemos de hacer.
Este 2013 fue un año de
promesas y compromisos, cuya medida precisa se dará en la balanza de las
realizaciones. Fue un año pletórico de reformas, de propuestas y programas,
planes para el corto, mediano y largo plazos.
2013 fue el preámbulo de un
México cuyo rostro no acaba por develarse. Se insinúa como el México de la
Reforma constitucional impulsada por el Benemérito en el último tercio del
siglo XIX, tras el imperio de conservadores e intervencionistas de ultramar.
Ha sido este año
un amanecer en el que se avizoran limpios horizontes en la educación, la
distribución equitativa de la riqueza pública a través de la reforma
hacendaria, la cual podría ir más allá de meras modificaciones fiscales.
Estaríamos, así, en el despertar del letargo en donde la rapiña oficial estuvo
en manos de administraciones que dispusieron y deshicieron del erario nacional
encubiertas en máscaras de falaz nacionalismo y amparadas con el lema: la Patria
es primero.
2013 será recordado como el
año de la segunda gran reforma nacional en el capítulo de los hidrocarburos,
del uso y usufructo del subsuelo, y por lo tanto de la riqueza minera en manos
extranjeras, así como de los mantos freáticos convertidos en recursos privados
por los neo terratenientes, acaparadores de lo ajeno.
Así, 2013, el año que se va,
ha sido año de reformas largamente anunciadas y postergadas, con alevosía, por
liberales y conservadores. Es el año de la revolución jurídica en lo económico, lo social y lo político, el
cual deja a generaciones venideras un legado histórico cuya preservación, uso y
disfrute, estará a las resultas de la honestidad, el patriotismo; de la sabia
administración de funcionarios; de hacedores y ejecutores de leyes y reglamentos.
Pero las reformas son mucho
más que fórmulas a fin de engendrar un México nuevo, de la noche a la mañana,
por medios taumatúrgicos. Requieren de la
pronta y previsora reglamentación.
Como en la Gran Generación
encabezada por el Presidente Juárez será imprescindible aunar espíritus lúcidos,
leales a toda prueba, incorruptibles. Hombres de la talla de Guillermo Prieto,
Miguel Negrete, Lerdo de Tejada. Varones versados en el arte de
gobernar, expertos responsables de su
encomienda.
Y así como tras la Revolución, planificadores
y ejecutores de los supremos mandatos bajo el mando de Plutarco Elías Calles
emergieron consejeros con la estatura de Antonio Caso, y José Vasconcelos,
ejemplares maestros propagadores de ideas y de la palabra escrita; como en
Educación, más tarde, dejarían imperecedera huella talentos creadores de la
talla de un Jaime Torres Bodet y en Política de un Jesús Reyes Heroles
(senior). Así, es de esperar. ¡Ahora, o nunca!
A propósito, cabe recordar lo
que Popper escribió en “La sociedad abierta y sus enemigos”: “El
establecimiento de instituciones no sólo involucra importantes decisiones
personales, sino que hasta el funcionamiento de las mejores instituciones, como
las destinadas al control y equilibrio democráticos, habrá de depender siempre
en grado considerable de las personas involucradas por las mismas”. Las
instituciones, precisó, son como las naves, deben hallarse bien ideadas y
tripuladas”.
En resumen, a partir de ya,
se requiere de ingenieros sociales con vocación de planificadores y proyectistas,
políticos y profesionistas, técnicos y expertos dispuestos a reconstruir el
rostro de México, del México de este siglo urgido de soberanía y defensor a
ultranza del supremo principio de No Intervención.