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Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







lunes, 12 de marzo de 2012

EN OCAMPO CHIHUAHUA, LA ÚLTIMA LLAMADA



Por Federico Osorio Altúzar

Ronda la inseguridad, de todo género, por el territorio nacional. En el mineral de Ocampo, Estado de Chihuahua, se deja escuchar, por enésima ocasión, los “ayes” de dolor, la queja indignada y la seca advertencia: no más abusos, tampoco impunidad. Nada en contra de indefensos trabajadores en las minas de la región y en cualquier otro rincón de México.
El luto en la mina “Jesús María” del municipio serrano de Chihuahua revive la indignación de los familiares motivada por el infortunio de los obreros caídos en Pasta de Conchos y en la Minera de Sabinas. Es una llamada de alerta, un grito en la montaña, la luz de un foco rojo, acaso el último que se encienda, el cual conmina a los empresarios impasibles frente al dolor, con el fin de rectificar y corregir los sistemas, llamados de seguridad, antes de que sea demasiado tarde.
Corrupción y complicidad van por lo común. Sin la anuencia de la autoridad difícilmente se explica la corrupción. Y ésta se alimenta y pervive como prolongación de la proclividad a convertir la política en celestina de pingües negocios y de nefandas transacciones.
Exigen justicia los mineros de Ocampo y aseguran que llegarán tan lejos como sus fuerzas y convicciones lo hacen posible. Exigen justicia jurídica: en el caso, justicia laboral. Justicia pronta y expedita. ¿Será posible? Pues ésta, la que deriva de la legislación obrera se ha vuelto letra muerta; por obra y gracia de autoridades municipales y estatales. Y por la inepcia federal.
La cadena se rompe por lo más delgado. Aquí, reventará si se deja de atender, en tiempo y forma, la protesta de los mineros de Ocampo y si no se procede a fijar sanciones drásticas a fin de contener, de una vez por todas, la amenaza de “empresarios” y políticos obsequiosos coludidos entre sí, que ven en la flaqueza y debilidad del Estado mexicano la oportunidad para hacer del saqueo y la rapiña, la gran negociación.   
Por otra parte, la inseguridad  pública y jurídica se incrementa día a día. Crece el saldo de muertes, secuestros y desaparecidos. La “guerra no declarada” contra el narcotráfico se ha convertido en verdadera revuelta civil, con el consiguiente derrumbe de las garantías individuales y sociales. La ONU denuncia el atropello de los Derechos Humanos por parte del Gobierno de México. Y en la  sede de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), se acumulan los reclamos de las organizaciones obreras por el embate a los derechos más elementales de quienes viven de su fuerza de trabajo.
Entre tanto, la anarquía oficial cunde, propiciada desde las alturas del poder. En Sonora, el jefe del Ejecutivo estatal invade y erosiona, paladinamente, sin que nadie lo impida, las esferas de los poderes públicos, en particular del Poder Judicial, incluyendo competencias que atañen al ámbito federal. En Palacio de Gobierno, hay oídos sordos y ojos que nada ven.
La inseguridad llega al umbral de los derechos soberanos del Estado mexicano. Y la vida cívica y electoral, en vísperas de los comicios de julio, está a las resultas ya no del elector número uno, como antes, de la voluntad del Mandatario en turno, sino a expensas de las instancias extranjeras, del vecino país. 
Viene a México el vicepresidente Joseph Biden y se reúne en franca camaradería con los candidatos a la Presidencia, sin el menor asomo de rubor. Los viejos tiempos en que si un Mandatario nuestro iba a la frontera norte para entrevistarse con su par, aquello era motivo de conmoción social y política. Los líderes partidistas pegaban el grito en el cielo. Ahora, no pasa nada. La globalidad es de puertas abiertas, sin importar principios como los de no intervención y autodeterminación.
La inseguridad pública y jurídica, laboral y social, permea por toda partes.