Por Federico Osorio Altúzar
Una casa de enseñanza superior sin autores equivale a una biblioteca sin libros. Es decir, sin obras que consultar y, por lo tanto, sin lectores. Puede tener espléndidas canchas deportivas, flamantes laboratorios, espaciosas aulas y modernos auditorios. Inclusive, presumir un claustro magisterial, con doctos graduados y especialistas egresados de prestigiadas instituciones del exterior. Y, sin embargo, carecer del habla esencial que las define y caracteriza: el idioma del espíritu.
A través de académicos que enseñan e investigan, que ejercen sin tutela ni censura la libertad de pensar lo que se quiere y querer lo que se piensa, las universidades hablan por medio de sus autores, con voz propia y seguras de sí mismas, para hacer de la interlocución y el diálogo, un medio de expresión idóneo en todos los ámbitos del saber.
Dignas del nombre que las enaltece e identifica como casas de la inteligencia, las universidades atesoran la “summa” de la cultura en ciencias y humanidades, incluyendo la comunicación artística y la enseñanza de la tecnología actual.
Pasa la revolución del conocimiento por el campus universitario y desde ahí se gesta cuando, como en el caso de la Universidad Autónoma de Morelos (UAEM), los contenidos diversos y heterogéneos de la educación superior trascienden de la cátedra, el cubículo y la conferencia a la página impresa o a la página “web”; en suma, al libro y a la revista digital. Son vanguardia de enseñanzas innovadoras que alumbran su entorno, enaltecen valores sociales y culturales en la medida en que sus docentes y comunicadores salen del cubículo a fin de propagar extramuros su visión del mundo y de la vida. Vale decir, cuando también sus artistas (poetas, escritores y músicos) llegan al corazón de los pobladores, visitantes y miembros de la comunidad, llevándoles un mensaje de belleza y armonía, suscitando, así, fe y esperanza a pesar de que a la vista haya zozobra, temor y frustración.
Buen ejemplo propaga la Coordinación Editorial de la UAEM en lo que se refiere a revalorar el libro como el medio idóneo para propagar el saber que incesantemente se abre paso en medio de la carrera cibernética de nuestros días, en plena transmutación de los conceptos, las verdades y del gusto estético; asimismo, de la interpretación de la naturaleza, la sociedad y de lo bello y lo sublime en el arte.
El libro impreso y el libro digital tienen similar prevalencia como medio de intercomunicación académica y como forma para difundir la cultura universitaria extramuros. En el año de 2010 se realizaron quince coediciones con editoriales de reconocido prestigio; en 2011 se anuncia n veintidós en proceso de publicación. Hay títulos de gratuidad, consulta y de texto, en presentaciones y formatos particularmente atractivos. El programa de publicaciones electrónicas en la universidad morelense coloca a la institución en un sitio de vanguardia editorial sin precedentes.
A nuestro entender, la UAEM, a través de su Coordinación Editorial, da la gran campanada de alerta acerca de la importancia de dar el salto desde la orilla del libro tradicional a la ribera del libro digital, que ha nacido, crece y fructifica en el ámbito comercial, venciendo resistencias, superando indiferencias, yendo incluso más lejos de lo que sus impugnadores proclamaban. Al menos, la rivalidad entre un procedimiento y otro tiende a borrarse. Se complementan y aun imbrican entre sí.
Difundir cultura es, sin duda, democratizar sus contenidos, valores y visiones. El reto ahora es hacer que florezcan en el campus universitario las nuevas técnicas de comunicación, vinculando lo tradicional con lo moderno, lo clásico con los métodos de vanguardia en la gran tarea educativa, revolucionaria, de inicios del siglo.