Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







miércoles, 6 de octubre de 2010

CÉSAR DUARTE Y LA PAZ SOCIAL QUE TODOS QUEREMOS




El relevo político en la persona de César Duarte, novísimo mandatario del Estado de Chihuahua,   hace abrigar grandes esperanzas en la población urbana y mayores expectativas entre los sectores marginados, particularmente de la Sierra, agobiados por el desempleo, el desamparo ante el embate de la pobreza y la urgencia de políticas públicas eficaces relativas al bienestar: salud, educación, vivienda y falta de incentivos para al desarrollo integral.
La inseguridad es el clamor general, aunado al reclamo de justicia positiva o jurídica. En la entidad pionera en cuanto a reformas novedosas en el ramo del derecho penal, los recientes asomos de  justicia a mano propia dejan mucho qué decir acerca de cómo procurar y administrar justicia. Lentitud, impericia e impunidad van de la mano.
César Duarte recibe una administración pública cuyo principal mérito fue el impulso a la inversión, el fortalecimiento de la producción y  la productividad, sin que haya registros tangibles en el área de la equidad social y cultural, la igualdad de género y condiciones idóneas para el desarrollo económico, material y moral.
Ha crecido a ritmo considerable el Estado en dimensiones cuantitativas, tomando como trampolín el sexenio encabezado por el contador Patricio Martínez García, excepcional político y hombre de ideas y de libros. Pero se inmovilizó deplorablemente el desarrollo social, registrándose involuntario olvido de grupos en pleno subdesarrollo, sobre todo  los guarajíos, rarámuris, pimas y tarahumaras, cuya inmensa soledad de siglos es equiparable a la incomunicación, a la falta de una política educativa coherente que abata la ignorancia ancestral, la negligencia para crear escuelas de artes y oficios que ponga fin a la esclavitud disfrazada, la mendacidad abierta y la ostentosa humillación.
La violencia en la frontera y la improductividad, olvidando los portentos recursos en la agreste zona serrana, hacen la pinza que convierte al Estado orgullosamente prerrevolucionario y revolucionario en blanco socorrido de los retrógrados del vecino país y de los emisarios de la reacción criolla, que más parecen, éstos, salidos de las filas que hicieron resistencia al movimiento de liberación nacional encabezado por los paladines que nos dieron enseñanza y patria digna. Muchísimo bien hicieron, sin quererlo, los que entonces resistieron al embate renovador, como grandísimos males acarrean sus epígonos. Aquéllos hicieron diáfano el escenario para luchar con razón, heroísmo y justicia; éstos obstruyen con su inepcia y mala fe los avances incontenibles de la modernidad.
Chihuahua es tierra propicia para la inversión productiva por parte de hombres de empresa con visión de futuro; también es cuna de lúcidos educadores: Manuel Gómez Morín en el primer tercio del siglo y Salvador Zubirán en el segundo, figuras emblemáticas de una revolución pacífica en proceso aún de consolidación.             
Como la esperanza es lo último que muere, ya se oye el resonar de campanas que llaman a saldar una vieja, ancestral deuda, de siglos ya, para que los marginados de siempre, los nómadas de la montaña, los parias entre barrancos y  parajes olvidados e incomunicados, dejen por fin de ser los convidados de piedra del crecimiento, cuya estadística hace beneficiarios “per cápita”, de manera exclusiva a la vieja élite, a los hacendados de cuño porfirista y de inclinación colonialista.
Buen deseo y legítimo anhelo es que César Duarte haga valer el pluralismo político, sin poner énfasis en colores partidistas o en posturas ideológicas. Que oriente la política económica, la planeación democrática hacia la inversión productiva con criterio social y participativo, involucrando enclaves de pobreza, de frustración y olvido, y que reasuma el capítulo de la esperanza con verdadero ímpetu renovador.