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Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







miércoles, 6 de octubre de 2010

JAVIER BARROS SIERRA, NO SE OLVIDA



El nombre del ingeniero Javier Barros Sierra está indisolublemente unido al 2 de octubre, a la noche lóbrega de la matanza de Tlatelolco,  como el de su ilustre antecesor, el maestro Justo Sierra, al 22 de septiembre de 1910, gloriosa fecha de la fundación de nuestra Universidad. Decir 2 de octubre es enunciar uno de los capítulos más dolorosos de la historia de México junto con el de la militarización de la Preparatoria por el chacal Huerta, en 1914. Es, acaso, el más dramático para nuestra máxima casa de estudios, para el IPN y otros centros de estudios. Ahí se registró la irreparable pérdida de vidas en plenitud de formación, a causa del odio vengativo y la felonía de un poder devastador. 
Javier Barros Sierra, Rector inolvidable, en sombrío desdén ocasionado por la ingratitud de siempre y la politiquería de no pocos disfrazados de universitarios exigió en 1968, en alto los ideales de legalidad, autonomía y libertad académica, respeto irrestricto a la garantías académicas mancilladas por los intemperantes solapados bajo el discurso populista y tercermundista, por los delirantes al servicio de la opresión y el afán anarquista en boga. 
Como muchos otros próceres universitarios, la memoria de Javier Barros Sierra ha sido suplantada, soterrada y aun tergiversada por la crónica de tijeras y engrudo, unas veces para hacerle el juego a la derecha gobiernista, otras para justificar la disputa y el reparto de privilegios y prebendas desde las alturas, sin faltar el modo de operar de los  desmemoriados que se las ingenian para dar a entender que con ellos, y sólo con ellos, es posible la excelencia de la cultura superior y la extensión de las ciencias, las humanidades y las nuevas tecnologías.
En 1966, frente a la intromisión irracional del diazordacismo en la Universidad, Barros Sierra sostuvo, en apoyo a la memorable Declaración del Consejo Universitario, lo siguiente: “La autonomía, más que un privilegio, entraña una responsabilidad para todos los miembros de la comunidad universitaria: la de cumplir con nuestros deberes y hacer honor a la institución, recordando que la autoridad y el orden en nuestra casa de estudios no se  fundan en un poder coercitivo, sino en una fuerza moral e intelectual, que sólo depende de la conciencia y la capacidad de cada uno de nosotros”.    
En 1968 el rector inolvidable refrendó, con singular bonhomía, la tesis de la autonomía, de la no intromisión interna y externa, en los asuntos privativos de la UNAM. Día a día, actualmente, la dignidad y el honor de los universitarios se encuentran bajo amenaza y acecho. Con Barros Sierra, no obstante, habrá que salvaguardar frente a cualquier asomo de irresponsabilidad y avaricia para defenestrarlo, el régimen irrestricto de libertades académicas.