Flota
en el ambiente la idea de legalizar los narcóticos en nuestro país. Sin ser una
terminante novedad, las propuestas al respecto no dejan de ser una verdadera
amenaza a la seguridad, un reto al principio de vivir en armonía y en un
ambiente de paz social.
Sólo
unas mentes enfermas con todo el poder para decidir y ejecutar serían capaces
de llevar a la debacle a una nación en apuros económicos, sin sedicente vocación moral y en medio de
estrecheces de toda índole, a su derrumbe total.
En
las primeras páginas de su “Historia Universal”, H. A. L. Fisher
dejó
escrito: “Un hombre sano no necesita narcóticos”. Luego haría la siguiente
reflexión en el sentido de que sólo
podría suceder así: “Cuando se hubiese roto la espina dorsal de un
pueblo…”
La
pregunta que antes de incurrir en lo que parecería ser una aberración y la
ruina de nuestro tambaleante estado democrático, o en vías de serlo, sería en
primera y última instancia, si la nuestra es o no una sociedad enferma, al
borde de ello, en camino de la extremidad como para caer en la ansiedad o
estado de perturbación fatal.
La
crecida violencia y la desenfadada criminalidad en que vivimos no es pretexto
válido para incurrir en una resolución fatídica como para que los cirujanos
mayores dictaminaran el uso y hasta el abuso de las drogas para contener la ola
de crímenes, los feminicidios y la trata de seres humanos.
Regular
la siembra, permitir la ingesta de narcóticos y saciar las ansias de vecinos
imprudentes sería el mayor absurdo en el que podíamos caer junto con nuestras
condescendientes autoridades.
Por
fortuna existen medicamentos eficaces para corregir males comunes y fuentes de
placeres sanos como el teatro o la música para obtener la sanidad o el anhelado
estado de bienestar en vez de tener que acudir a los narcóticos para resolver
situaciones fuera de lo común.
Asimismo,
el comercio de lo que hasta ahora es prohibitivo y objeto de sanciones penales
no es la panacea para nuestro déficit
en
los ingresos públicos y una forma de cubrir los aranceles que se traten de
imponer por las vías autoritarias de los imperialismos en boga.
Por
largo tiempo hemos sido víctimas de los abusos del exterior como para dar
puertas abiertas a los poderosos de fuera.
Desde
el punto de vista del comercio internacional, tampoco es un alivio duradero el sustituir
a los braceros de antaño y a los partidarios del llamado “sueño” en beneficio
de los opulentos.
No
es cuestión de legalizar el libre comercio de los estupefacientes, promover la
exportación hacia sociedades contagiadas de “ansiedad” por las cosechas de
narcóticos como antes lo hubo de alimentos y mano de obra, de fuerza humana en
condiciones ventajosas y nada equitativas.
Legalizar
el cultivo, el uso y la exportación de droga será, en todo caso, para beneficio
de la criminalidad, de los traficantes de estupefacientes y de los hacedores de
fortuna con recursos mal habidos. Por fortuna quedan márgenes de tiempo para
recapacitar, con el propósito de evitar y hasta impedir la comisión de males
peores de los que nos ha tocado sobrellevar.
No
a la legalización de estupefacientes. No a su cultivo y a su importación como
sustituto de la migración ilegal y la importación y uso indiscriminado de
armas.
Con
el historiador arriba mencionado, H. A. L. Fisher, cabe señalar que sólo una
mente enferma, en el caso una sociedad enferma, requiera de la ingesta de
narcóticos.