No estalló el volcán de la caravana itinerante
como el Vesubio sobre Pompeya. Persisten y siguen en pie de lucha países como
El Salvador, Guatemala, y otros de Centroamérica.
Se ha diezmado la caravana, pero eso no
indica en modo alguno que muchos de sus
integrantes hayan resuelto mantener las demandas: alimentos, medicinas,
educación y condiciones mínimas de bienestar.
Dejando a un lado las conjeturas,
cualquier hipótesis acerca de los orígenes que dieron lugar a la protesta
colectiva contra los gobiernos aludidos, los hechos son testimonio fehaciente
de la cólera aunada a la desesperación de estos miles y miles de seres humanos
que están dispuestos a morir antes que continuar bajo las garras del terror, el
hambre, la violencia y la agonía.
El llamado sueño americano continúa
siendo así el señuelo que mitiga efectos lesivos en lo moral y lo material. El
despertar de aquel sueño se convierte, entonces, en despiadada pesadilla:
horrenda realidad que hace estremecer a los padres de familia y perecer
irremisiblemente a los hijos, a las esposas y a los descendientes, sin alcanzar
nada a cambio.
Dejan de tener sentido práctico los
llamados Derechos Humanos frente a frente de una experiencia ineluctable en la
que se mezclan injusticias de toda índole, autoritarismo despiadado y desamparo
por parte de tiranuelos y malnacidos usurpadores del poder.
¿Derechos “Humanos”, cuando ha dejado
de tener validez la justicia jurídica, la dignidad en el trato y la equidad en
las relaciones sociales?
¿”Derechos Humanos”, cuando el
envilecimiento ha sustituido al ideal de progreso y esperanza de abandonar la
miseria para lograr un mundo mejor?
La caravana itinerante deja al desnudo
a líderes usurpadores y ávidos de poder económico y político; también a
mandatarios investidos con el voto negociado de naciones otrora merecedora de
admiración y respeto.
Nuestro país ha sido víctima,
igualmente, en esta erupción sin precedentes. Víctima, pero no agresor, mucho
menos provocador con el objeto de obtener beneficios insanos.
Entre promesas y amenazas, la caravana
prosigue su destino. Sigue en pos del sueño americano sin temor a toparse con
la dura realidad. ¿Hasta dónde llegará ésta que no pocos podrían llamar la
caravana de la muerte?
Entre los axiomas que nos legaron los
Siete Sabios de la Grecia Antigua figura uno que nos viene a la mente: Promesa,
dice, es causa de ruina.
Prometer, decimos, no empobrece. Pero
cumplir es lo que aniquila…
Trump, el presidente estadunidense lleva
agua a su molino, o pretende hacerlo, con la insidiosa promesa de hacer valer
la soberanía de su imperio. Los republicanos, fieles a su mandatario, harán lo
propio a la hora de renovar el Congreso y convalidar su adhesión al jefe del Ejecutivo.
Todo puede pasar. Por ejemplo, que los
republicanos del Norte den la espalda a su mandatario en apuros. Que a partir
del próximo diciembre el líder en la Presidencia de México resuelva poner bajo entredicho
la soberanía y deje crecer el número de caravanas itinerantes.
Un respiro es la mención a que la ayuda
a los países que naufragan en la miseria hará posible la contención a la
migración sin esperanzas. Hacer producir la tierra con apoyo de la tecnología
moderna, dejar de oprimir a los indefensos con el uso y el abuso de las
extractoras de metales y del oro negro, como si nada. Promover el comercio de
alimentos en beneficio de los productores de origen. En suma, respetar la
soberanía nacional de los pueblos urgidos de
bonanza y bienestar.
De este modo, el sueño
americano podría convertirse en descanso natural, legítimo; sin necesidad a
verse orillado al crimen, el narcotráfico y a la violencia.