Terminó
septiembre con sus “idus” y sus “hados.”
Sin
embargo, empieza octubre con la fecha 2 del mes, lo cual para muchos,
incluyéndonos, ha sido y sigue siendo una fecha sombría, imborrable, nefasta,
por los sucesos violentos y luctuosos que entonces ocurrieron.
El
mes anterior fue portador de horas, asimismo, execrables: terremotos,
tormentas, crímenes sin fin; secuestros políticos y no políticos.
Octubre
comienza con una de las fechas indecibles del calendario.
Las
muertes colectivas claman aún por su esclarecimiento. En busca de culpables, se
declaran responsables anónimos. Los crímenes semejantes encubren a los
verdaderos causantes de tragedias como
la susodicha.
No hubo, en
aquel torbellino, héroes sin nombre.
No
obstante, el 2 de octubre ha quedado en la memoria colectiva como expresión de
lo que no se debe repetir, de aquello que habrá de evitar provocaciones sin
sentido.
Mujeres,
ancianos y niños indefensos fueron objeto de esa revuelta social, sin que hasta
ahora haya luz suficiente para poder ver con visos de realismo de todo lo
ocurrido. Mención aparte merecen los estudiantes provocados y enviados al
atropello cruento.
El
“Yo acuso” se sobrepone a los sujetos o corresponsables de los dolorosos
hechos. No hubo, no hay, por lo tanto, lugar para la imputación.
Así,
el pasado 2 de octubre se convierte en horrenda pesadilla, en una inmensa cruz
que no admite, en principio, por el cruento suceso, explicación satisfactoria
para los analistas, menos para el ciudadano común.
A
pesar de lo anterior, habrá que intentar el esclarecimiento de los hechos con
el propósito de prevenir; es decir, con el fin de impedir la comisión de actos
destinados a causar heridas incurables y zozobras sin remedio alguno.
La
impunidad proveniente de tribunales y entidades creadas para fincar penas y
castigos ejemplares, genera invariablemente resultados adversos como los de
Guerrero.
La
autoridad se convierte en vacío insondable y es sustituida por el
autoritarismo, agente político capaz de incurrir en sucesos innombrables como
los que dan lugar a la fecha lúgubre del 2 de octubre.
Se asocia el
nombre de la UNAM en este crimen sin nombre como si fuese el sujeto promotor de
las movilizaciones durante aquel nefasto año de 1968. La autonomía
universitaria ha servido a villanos y a personas con nombre y dignidad.
Hoy
se rememora la fecha en términos de una batalla sin caudillos, sin responsables
y sin autoría; es decir, sin presuntos héroes y sin imputables o responsables.
Pero
el fenómeno social, por calificarlo de algún modo, muestra lo siguiente: a
mayor impunidad, a más recurrencia de los delitos sin penas ni castigos, el
autoritarismo se impone con el torvo propósito de ocultar las omisiones y
evasiones.
Lo
anterior quiere decir que en le medida que entran y salen de las cárceles los
presuntos y directos imputables, los autores de crímenes por sus fechorías, el
autoritarismo se impone a fin de cubrir o solapar la ausencia de actos
legítimos por parte de tribunales y entidades justicieras creadas para imponer
las sanciones que correspondan a los delitos o crímenes cometidos.
Se
deja, entonces, en manos de la arbitrariedad y lo que podría entenderse como
ejemplo a seguir con la finalidad de que dicha acción sea merecedora de pena y
castigo, así como para evitar su reincidencia.
En
consecuencia, emerge el autoritarismo y hace valer su látigo violento que
desconoce la “otreidad”, al otro, como persona y como semejante.