Por muchos
años, si es que no por décadas, estos comicios, los del 2018, serán recordados.
En su fase final, pueden considerarse como memorables.
No
serán históricos, aunque no sería demasiado pedir que así fuesen.
Serán
memorables por la cauda de crímenes en que se han visto, desde sus inicios
hasta su culminación teñidos de sangre. Secuestradores, violadores y toda clase
de criminales se han encargado de hacerlas imperecederas en el recuerdo y en la
mente de jóvenes y adolescentes.
Han
sucumbido, así, candidatos de todos los partidos. Unos en venganza, por odio y
envidia otros; los más, por temor de los
violentos y depredadores de que una vez en el poder fuesen puestos en manos de
la ley para su casigo consiguiente. Si es A debe ser B.
Robos,
secuestros y venganzas se han mezclado en una incomparable batahola. Detrás,
junto y frente a los pacíficos pobladores que desearían de todo corazón bajase
ya el telón de estas elecciones.
La
provocación ha sido una de las armas principales de estos malignos
saboteadores. Desocupados y bullentes hombres, mujeres y mozalbetes, han hecho
causa común con los sembradores de confusión y malestar en calles y carreteras.
Queda
aún por saber hasta dónde llegarán las agresiones violentas cuya comisión dan
la impresión de no tener término, al término del proceso electoral.
Violencia
cruenta e incruenta hay por todas partes. De esto último nos queda en la
memoria la quema y hurto de boletas impresas para la elección. La amenaza, el
día preciso de la elección, este primero de julio, fue planeada para desalentar
y de plano impedir el voto libre y responsable de los ciudadanos.
De
lo primero, será difícil hacer la crónica del salvajismo desatado. Queda a
título de recuerdo amargo, el enfrentamiento interpartidista a que han orillado
los líderes venales de esta confrontación política, convertida en campo de
batalla, de asesinatos sin nombre y de fraudes vergonzantes.
Entre tanto, el
vecino agresor acecha para disparar el tiro de gracia. O de desgracia.
Nada,
por cierto, tendríamos que esperar como ejemplo a seguir por parte de nuestros
coterráneos del Norte. En la considerada democracia moderna de nuestros días,
paradigma en lo educativo, lo social y ejemplo de internacionalismo
cooperativista, ocurren a la fecha retrocesos impresionantes.
En
una nación pauperizada, la nuestra, por obra y gracia de políticos ambiciosos,
la venta y compra de votos no ha sido sino la continuación de vicios e
inequidades sin fin. Sin importar lo que hay detrás de esta nociva práctica, la
compraventa de voluntades es un crimen social de torvas consecuencias.
Para
no olvidar son estos comicios. Rodeada de crímenes cruentos e incruentos, lo
hasta ahora ocurrido deja mal parado al experimento electoral.
No
es histórica, por la sencilla razón de que lo histórico se entiende a la luz de
logros sustanciales. Es la voluntad en marcha, creadoramente. No es el instinto
desatado para anularla y volverla en pedazos o, peor, en despojos de lo que
hubiese sido, de un progreso institucional y constatable.
Para no olvidar y con el anhelo, finalmente, de no
repetir experiencias dolorosas.