Buenas
cuentas llevan a Washington los integrantes de la comitiva del presidente
Donald Trump que recientemente estuvo en nuestro país. La embajada oficial fue
recibida con amplias muestras de cortesía, según corresponde hacerlo con las
misiones diplomáticas.
Primero,
la visita al jefe del Ejecutivo de México, presidente Enrique Peña Nieto. Después
al mandatario electo, Manuel López Obrador.
Trascendió
a la población de casa cómo la presencia de los funcionarios estadunidenses fue
aclamada de manera similar a la de un mesías, moderno por supuesto.
Sin
que hubiese desmerecido en algo el carácter institucional de la encomienda, el
encuentro con el futuro huésped de Palacio Nacional rebasó las expectativas del
suceso, por tratarse de una especie de “visto bueno” por el lado del grupo
enviado con la representación del mandatario.
Habrá
que aplaudir el suceso como una señal de buena voluntad y de búsqueda de óptima
cercanía entre las dos naciones en este gesto político de gran significado.
Conjeturas
aparte como aquella de que Trump ayudó al triunfo del candidato de Morena,
habrá que dejarlas al margen.
Lo
importante desde ahora es lo que ocurra en torno al futuro del Muro y lo que
encierra tras de sí.
¿Se
pondrá fin a la crueldad que entraña la separación de padres e hijos de
migrantes, mediante recursos ilícitos y no a través de atropello a la dignidad
de seres en desgracia por diversos motivos o razones?
¿Qué
ocurrirá con el proyecto de Trump de levantar el Muro de la Ignominia, así
llamado por los mexicanos de aquí y los compatriotas de allá? ¿Repetir lo de
Israel y Gaza, y las consecuencias dramáticas que implica esto en el largo y
corto plazos?
Mucho
de lo que sucede hoy en día por lo que se refiere a la vecindad podría
subsanarse con una dosis de buena fe, de comprensión, de interés por el cultivo
de la legalidad, del Estado internacional
del Derecho; en suma, asumir la tendencia histórica destinada a fortalecer los
acuerdos y los pactos, sin costosas intervenciones del fuerte sobre el débil,
del poderoso sobre el indefenso en todo sentido como hasta hoy.
No
es lo económico en sentido absoluto la vara mágica que resuelva la falta de
igualdad, el modo definitivo para hacer que los pobres sean menos pobres y los
ricos más ricos.
Igualmente
no son los llamados tratados de libre comercio y el tema de los aranceles, lo
que produce, como si fuese un milagro, la palanca del desarrollo y la justicia.
Pasaron
de moda los vaticinios de Marx al predecir que llegará el día en que el Derecho
dejará de ser fuente regulatoria del progreso y la equidad.
Lo
mismo la guerra tampoco asegura la estabilidad entre los Estados.
El
hombre y solo el hombre es medida y condición de posibilidad del estado de bienestar
que se proponga y convierta en proyecto de vida y de coexistencia en paz y
armonía.
La
buena vecindad no emergerá de modo milagroso. Habrá que sembrar antes la
semilla de la concordia, de la comprensión y el buen trato.