La
guerra es continuación de la política, sostuvo Carl von Klausewitz. Aunque por
otros medios, añadió, después de que los contendientes hubiesen agotado todos
los recursos habidos o por haber.
En
“La Paz por medio del Derecho”, Hans Kelsen aludió a los organismos auxiliares
en materia internacional que pueden concurrir a fin de evitar los conflictos bélicos
como el que está ocurriendo en uno de los países de Oriente Medio en donde, por
cierto, Israel es la manzana de la discordia aún en nuestros días.
Por
caso serían juzgados regionales, o sus equivalentes, los encargados de dirimir
las controversias, al igual que ocurre con las instancias locales en cada país,
las indicadas para hacer justicia, la que demandan las partes.
Bien
sabemos que la justicia entre naciones es lenta y más que retardataria.
Hoy,
ante el azoro global, el mandatario estadunidense, Donald Trump se jacta de
haber lanzado el ataque bélico contra objetivos militares de Siria. Y se ufana
también de sostener el pulso en dicho sentido ante cualquier provocación.
Mientras
tanto, Rusia y su ejecutivo, Putin, acuden en última instancia a la ONU para
contener el desenfreno bélico vuelto a desatar a través del castigo por mano
propia. “Ex post facto”, lo lleva a cabo ante la toma de imponer las sanciones
mediante decisión unilateral de los Estados Unidos.
Se
impone, de ese modo, el primitivismo en la sociedad internacional. Y se actúa
al margen de la corte suprema conocido bajo la denominación de Organizaciones
Unidas.
De
la Liga de Naciones a la ONU hubo de ocurrir la Primera Guerra Mundial y de la
inacción de los órganos jurisdiccionales creados para suplir los vacíos de
autoridad que ocasionaron, la Segunda Guerra Mundial. Así, nada ni nadie puede
asegurar que todo serán sólo acciones arbitrarias del presidente Trump el
resultado del inicio que se avizora un conflicto global de incalculables
efectos.
Es
decir, que no estamos lejos de un temible y terrorífico preámbulo, la Tercera
Guerra, que podría llegar a costas y al corazón mismo del Continente nuestro.
Los
tiempos modernos exigen en el cargo supremo la presencia de estadistas, no de
políticos y menos de improvisados politicastros, con aires dictatoriales y
tomas de decisiones por encima de la propensión pacifista de sus ciudadanos.
El
terrorismo islámico no se resolverá con las pretensiones de ir al “tú por tú”.
Lo de las Torres Gemelas fue un aviso muy a tiempo, como para haber asumido, en
tiempo y forma, el camino señalado por el sistema de negociaciones, a menos que
con el fanatismo de los grupos terroristas todo sucede según uno de los
principios propios del anarquismo ideológico y político: el de “quítate que me
pongo yo”, con todo y sus nefastos resultados.
Pero
si no es motivo de congratulación el ataque militar estadunidense, tampoco lo
será el imperio del “Ojo por ojo…”
Poco
queda por hacer tras el panorama cruento suscitado por la venganza occidental
desatada el viernes anterior.
A
pesar de lo ocurrido, es hora de que la ONU haga lo que le corresponde. Y no
incurra en el cruzarse de brazos como ha venido haciéndolo desde su creación,
hace tres cuartos de siglo.
No olvidamos el capítulo
horrendo del Holocausto, contra los judíos.