Después
del espectáculo que nos ha hecho vivir la retórica partidista, no nos queda más
que preguntar: ¿y la democracia? ¿Y los mejores?¿Dónde quedó la creación de Solón,
Pericles y los sofistas del siglo V A. de C.?
Algunos
pensamos que esta vez sería la elección de los mejores, los comicios que darían
la razón a los incautos que creíamos (cuestión de creencias) que las de julio de
2018, serían el indicador más confiable en cuanto al paso hacia la madurez de
nuestras instituciones, la democracia a la cabeza.
La
publicidad se ha convertido en poder de los partidos en disputa por el poder,
en un conjunto de “dimes y diretes”, en una batalla sin fin por la supremacía a
toda costa y a cualquier precio.
Los
parlanchines de quinta mano se transformaron en diversionistas de circo y de
quienes se esperaba sensatez y cordura se pusieron al “tú por tú” con los
advenedizos, de manera que no se sabe quién es el peor, el menos malo o, de
plano, el peor de todos.
Por
lo pronto, la competencia se define por sí misma o bien por obra y gracia de
quienes la están poniendo, en vísperas de su ejecución, como en la lucha por
determinar el candidato que miente más, el aspirante al máximo poder en México con
más armas para engañar a los sufridos ciudadanos, a quienes tienen poco para
vivir y para quienes un lampo de la esperanza que anhelan se vuelve
fantasmagoría, falsedad y botín de los
cínicos participantes.
Ofrecen
todo lo habido y por haber, convencidos de que “el mentir no empobrece y que el
dar es lo que aniquila”, se desgañitan por anticipar todo aquello que jamás
podrán satisfacer.
Hay
quienes hasta hablan de cancelar lo que ya está en vías de realizarse, sin
importar que las inversiones públicas las paga el pueblo y nunca, jamás, los
opulentos, los señores del capital bien
o mal habido.
Otros,
inclusive, prometen culminar concluir obras que ni siquiera no han comenzado,
ni existen, pero hasta nombres les han etiquetado como si ya hubiesen sido
inauguradas.
Aprendices
de los fascistas europeos o de los, al parecer, sempi eternos nazis, urden sus
engañifas tras bambalinas; es decir, a trasmano de los líderes partidistas, con
quienes comulgan.
No
tienen reposo para bajar hasta las estrellas de un cielo “tachonado de
estrellas", promisorio para el ávido mundo sublunar en donde no sólo falta alimento
sino medicinas, educación y cultura, comestibles inexistentes para el cuerpo y
para el espíritu.
Y
no es únicamente el partido en el poder el que más ha mentido y está dispuesto
a seguir haciéndolo; sino todos, sin faltar uno, los que teniendo a su alcance migajas
de poder en sus manos, engañan a placer,
distorsiona las promesas y anticipan lo que de sobra jamás contribuirá a vlvir la
realidad tangible algún día.
Pero
no habría sino mirar hacia Estados Unidos a fin de constatar lo anterior.
En
efecto, los estadunidenses están padeciendo las peores consecuencias por el
encumbramiento de quien, supusieron en mala hora, habría de llevarlos por los
caminos de la continuidad del progreso, la seguridad, la competitividad y la
era de paz en una democracia que ha sido en muchos sentidos ejemplar en
Occidente.
“Todo tiempo pasado ha sido mejor”, declaran
los ciudadanos del vecino país. Nos traicionamos con Trump, dicen voz en alto
los víctimas del peor engaño de su historia.
Pero
allá como acá, y en muchos lados, el que miente se postula como el mejor siendo
lema y tema implícito en el cúmulo de ofrecimientos sin fin.
¡Lamentablemente!