Se
cumplieron los primeros cien años de haberse hecho público la llamada
“Declaración Balfour”, as´denominada en memoria de Arthur J. Balfour, entonces
titular de Relaciones Exteriores de la Gran Bretaña.
Dos
décadas antes Theodor Herzl había difundido el sueño personal que
dio
origen para efectuar el movimiento en pro de un retorno a la patria originaria.
Habrían
de pasar casi treinta años más para que la Organización de las Naciones Unidas
(ONU) resolviera la vieja demanda de un hogar nacional para los descendientes
de Moisés, y propusiera la partición de Palestina en dos Estados, libres y
soberanos.
Héroes
de esa hazaña histórica son, entre otros muchos, Ben Gurión, Golda Meier, Shimon Peres.
Israel,
junto con GreciA, Egipto, y Roma
propiamente dicha, son el cimiento de nuestra cultura occidental. La noción de comunidad, de familia, de
identidad, permean la historia universal entendida como el proceso que va desde
el mito y la leyenda, desde la magia y
la adivinación al conocimiento y a la experimentación de nuestro estatus
ilustrado y moderno.
Pero
la historia de Israel es, sin duda, la más
fragorosa, la más cercado de adversidades y la más ejemplar que se
refiere a continuidad, prosecución y afanosa búsqueda de horizontes previamente
ubicados.
Continúa
siendo fiel a sus ritos y costumbres religiosas y políticas. Mantiene, entre
sus tradiciones, el Día de Reposo, el Sabbath, como una orden irresteicta. La
dieta hebrea sigue siendo un modelo de higiene y de salud física y mental.
Pueblo
forjado a través de contratiempos y acosos, desde los lejanos del Imperio
romano, teniendo a su líder y conquistador en la persona del emperador Tito, ha
sufrido diáspora tras diáspora, migración tras migración, con la aspiración suprema
de vivir y convivir en paz y armonía con los pueblos circundantes.
El
Holocausto propiciado por el régimen nazi no doblegó a la comunidad judía, a
pesar de la furia hitleriana desatada contra la indefensa población asentada en
Alemania y países bajo el dominio totalitario.
Tras
la derrota de la dictadura, los judíos de Alemania, Polonia y de otros países
víctimas del predominio nazi, revivieron el sueño de Theodor Herzl, invocaron
la Declaración Balfour y se acogieron al dictado de la sucedáneo de la Liga de
Naciones, la ONU, para demandar justicia y la seguridad internacional de un
hogar o patria para los perseguidos de siempre.
A
más de medio siglo de la resolución histórica de la Organización de las
Naciones Unidas con la finalidad de
establecer un hogar para palestinos y judíos, las voces discordantes vuelven a
escucharse como en los tiempos de Arafat.
En
vez de la convivencia pacífica, de la
buena vecindad, se oyen las voces que piden arrojar a los hebreos al mar, las
consignas de exterminio y de la solución final en contra de los pobladores de
antaño y luchadores por la sobrevivencia. De los perseguidos del desierto.
La
celebración de los judíos israelitas por el centenario de la Declaración de
Balfour tiene tras de sí toda una cronología en la que la persecución de los
hijos de Abraham ocupa un lugar mancillado por el crimen y los martirios en
cadena.
Pueblo
de la Biblia es y seguirá siendo el pueblo de Israel. Cuna de la religiosidad
occidental lo que es decir mucho, y patria de los Einstein y de los Kelsen para
mencionar a dos de los connotados creadores de la ciencia y la moralidad de
nuestro tiempo.