Al
comenzar la quinta ronda de la renegociación del Tratado de Libre Comercio
(TLC), lo primero que salta a la vista es el encono con el que se han efectuado
las anteriores entrevistas.
El libre comercio
ha sido puesto en tela de juicio, y con ello los beneficios en materia de
desarrollo y crecimiento, sobre todo para la nación más vilipendiada: México.
Las
amenazas están a la orden del día. Unas veces
son los gravámenes fiscales. Otras, la migración. Finalmente, el Tratado
dejaría de ser multilateral para convertirse en una especie de “ley del
azadón”. Es decir, todo para acá; nada para los demás.
Una
muralla invisible, pero temeraria por su eficacia demoledora pende sobre las
cabezas de Canadá y sobre los hombros de nuestro país.
De
manera similar a lo que ocurrió con el tratado que dio sentido a la Unión
Europea, se tejieron en torno al TLC diversos y numerosas ilusiones y
esperanzas hacia el futuro del Continente.
De la apertura
comercial, es decir, de la inmediata utilidad y los beneficios materiales se ha
transitado a la reivindicación de una ciudadanía para todos. La paz permanente
se alzó como un trofeo de aquel
fragoroso proceso negociador.
Igualmente,
en vez de la ciudadanía común, está el caso de Gran Bretaña, la discriminación
y el racismo suplieron al ansia de igualdad de oportunidades y el cierre de
fronteras.
Lo que allá
produjo el terrorismo islámico, aquí lo está condicionando el narcotráfico, el
negocio y consumo de las drogas.
Amenazado
el Tratado por la nueva administración republicana, desde los Estados Unidos se
han lanzado más advertencias al grado que en vez de negociación o renegociación
se trata de una sutil manera de encubrir lo que sería franco y abierto ejercicio
del más fuerte. Del trasfondo emergería una dictadura por parte del país más
poderoso, comercial y políticamente.
Está
en juego el ideal del igualitarismo, asimismo, los principios de equidad y
tolerancia.
Queda
aún la espera por una modernización efectiva del Tratado. Si bien la esperanza
es lo única que resta al final de la polémica, habría que aguardar la llegada
de la cordura y el buen entendimiento.
América sigue
siendo, no obstante, el Continente del futuro.
La
unidad de América, con todo y la palmaria diversidad, con todo y la desigualdad
en cuanto a desarrollo y tocante a progreso y crecimiento, es la estrella polar
que puede guiarnos hacia puerto seguro.
Está
de por medio la propuesta de practicar cada quinquenio una especie de
introspección, con la finalidad de corregir, enmendar y quitar los obstáculos
acumulados al paso del tiempo.
Aprovechar
las lecciones del mediato e inmediato pasado es requerimiento ineludible frente
a frente de la voluntad de cambio de
rumbo, sin llegar al extremo de derribar o sepultar todo lo bueno que sea el
remanente.
La unidad de
América es el antídoto para vencer a los colosos del crimen.
El imperio de la
democracia ha de ser la vacuna preventiva ante los prejuicios y el virus de la
imposición y la dictadura.
La gran prueba es,
por hoy, la sobrevivencia del TLC.
La gran
negociación podrá más que las amenazas veladas y aterradoras.
Un TLC renovado es
garantía de unidad en medio de la diversidad.
La
quinta ronda, en este áspero proceso, bien podría ser el comienzo de una Era de
paz, libertad, creatividad y modernidad