Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







domingo, 20 de agosto de 2017

¿QUÉ HAY DETRÁS DEL TERRORISMO?

Resultado de imagen para no al terrorismo

Primero fue la “Yihad”. la llamada “Guerra Santa”. Luego, la más temible de todas, la autora de los actos terroristas vistos pocas veces en la historia de la Humanidad. La de estos días, tiene como escenario el planeta entero.
Va de Francia a Inglaterra y de ahí a la Alemania de la Canciller Merkel. Cruza mares y océanos. Vuela de los Estados Unidos, el de Trump, a tierras de la Vieja España (Barcelona y Cataluña). Alcanza a Finlandia y nada ni nadie conjetura hasta donde habría de llegar.
Si se le tolera, claro está.
Un terrorismo sin rostro y sin nombre propio, sin nada visible que lo presida, sin un territorio propio que lo aloje y a cuya población represente, es todo lo que se diga, pero menos, mucho menos, una entidad con la cual tratar. ¿Con quién, entonces, intercomunicarse?
Mucho se ha escrito y hablado acerca de una continuación de la Jihad o Guerra Santa, como responsable directa de los crímenes a mansalva, sin razón ni objetivo alguno. Para el común de las personas.
Las llamadas guerras justas lo son, aunque sólo de nómine, de nombre; una expresión para identificar lo indefinido, lo inasible. En otras palabras, se nombran así con el fin de dar imagen y apariencia de rostro a lo que, por definición, es una aberración o un franco dislate.
Guerras justas no las hay; nunca las ha habido. La justicia, ese valor tan traído y llevado en el lenguaje por demagogos, usurpadores y tiranos, no va con el instinto desatado e irresponsable de quienes auspician acciones que, en más de un sentido, hacen recordar los comentarios de Hobbes en torno a la frase  de que el hombre puede convertirse, es, un lobo para el hombre.
Más allá del primitivismo que rodea al terrorismo actual habría que indagar aquello que lo ha desencadenado, a qué ideología (sin nombre ni rostro) pertenece, quiénes lo auspician y con cuál finalidad.
Estado islámico se ha denominado al “lugar”, al espacio en donde nace, crece y se reproduce el terrorismo. Pero un Estado implica territorio, dirigencia o liderazgo del que se trate.
Sin embargo, un “Estado” sin rostro, creado artificialmente y de forma mágica como ocurrió con la URSS, invención del imperialismo yanqui, no deja de ser una ficción, malévola por cierto, pero a la que se puede acudir para conocer de viva voz sus propósitos, sus metas y objetivos.
Así las cosas, nos las habremos de ver con un ente irreal, pero a la vez tan real y cruel como revelan los sucesos que apenas hace un par de días causaron la muerte y que dejó una estela de heridos y mutilados.
No se equipara, mucho menos, el concepto de guerra en este espectral terrorismo como el utilizado en sus “historias” Heródoto o los implicados por Tucídides en su “Guerra del Peloponeso”.
Una guerra, requiere de la declaración previa. Más todavía: en los idiomas modernos  en los que, aparte de la declaración, el Estado beligerante  ha de formular juicios en los que hay argumentos o razones para empuñar las armas  en contra del supuesto agresor.
El terrorismo de nuestros días, insistimos, hace y se desarrolla desde el anonimato.
Da lugar a una severa crisis en la sociedad internacional. Parece ser que la crisis hace tambalear las bases del internacionalismo. Renacen con todo ímpetu odios y rencores. Cada vez la impresión crece en el sentido de que está próxima una conmoción bélica de proporciones inauditas.

Quitar las máscaras al terrorismo, ha de ser lo primero. Luego vendrían las imputaciones de rigor. Si es A debe ser B.