Todo
hace pensar que pudiésemos encontrarnos en la antesala de una guerra que,
acaso, fuese la tercera y última controversia mundial.
No
es cuestión de anticipar sucesos. Pero los terroríficos sucesos en Rusia y
Siria dan la impresión acerca de que el primitivismo bélico está a la vuelta de
la esquina. Hace aparecer su rostro ancestral en un planeta intercomunicado que
está al alcance de todos.
Se incendia el
Medio Oriente y las flamas llegan a los confines de Asia, con la actitud
agresiva y amenazante en el norte de Corea.
Estados
Unidos ha procedido, de manera unilateral, al lanzar impremeditadamente más de
medio centenar de misiles contra de la base militar asentada en territorio
sirio. Para Rusia, declara su máximo representante, es alevosa provocación.
Se
trata, se dice en Occidente, de una acción “justificada”, ante la posición
extremista del régimen terrorista sirio y de una drástica advertencia al
gobierno del mandatario aliado del
provocativo o supuesto agresor.
Más de medio
Continente, el nuestro, avala la acción bélica del Presidente Donald Trump.
El
repudiado político recupera un terreno político jamás supuesto y mucho menos el
ser recibida su intervención con gestos de beneplácito como los que acaban de
expresarse.
Volviendo
a las presunciones de un conflicto regional y hasta planetario, los sucesos
actuales nos llevan a considerar hasta qué punto las experiencias bélicas de
las dos guerras mundiales pasadas han sido inadvertidas y cómo el desdén ante
las circunstancias nos apremian al grado de hallarnos en los umbrales de una confrontación
final, próxima al exterminio de la Humanidad.
Los extremos se
tocan entre sí.
A los
reclamos de seguridad, se adjuntan los visos armamentistas. Tras la
conflagración que condujo a la Segunda Guerra mundial, los países que lideran
el orbe promueven con sorprendente celeridad la carrera armamentismo arguyendo
la seguridad de sus fronteras, la intocabilidad de sus derechos soberanos y
reclamando garantías de libertad para ejercer la defensa de sus dominios ante
cualquier provocación y amenaza.
No
sólo el uso de misiles sino el de armas atómicas, de hidrógeno y pertrechadas
con gases mortíferos deambulan por el planeta. La teoría de la “paz perpetua”
de Kant, no emerge por ninguna parte. El ex presidente Wilson ha sido
definitivamente olvidado. La Liga de las Naciones ginebrina ha sido derrotada,
de nueva cuenta, a causa de la ineficacia provocada por la imprevisión, la
estéril coacción y la fragilidad de las resoluciones emitidas por los
tribunales internacionales.
La
ONU está siendo rebasada en definitiva y se ostenta como una figura decorativa
en medio de la agresividad, el odio y la violencia de sus integrantes con poder
de veto respaldado por la belicosidad. Pocos dirigentes de Estado han leído,
por lo visto, la obra de Hans Kelsen, en particular “Derecho y Paz en las
Relaciones Internacionales”. Hoy como nunca su valía rebasa los ámbitos
académicos y adquiere su verdadera relevancia
en el mundo de la política mundial, con un mensaje esclarecedor y pertinente.
Lo
mismo el filósofo de Könisberg con su doctrina pacifista. Kant alza su voz
audible para señalar, a través de sus propuestas, los caminos que bien podrían
conducir al entendimiento y a los
tratados, fundados en el método normativo, el acuerdo y la negociación.