De
la intimidación al acoso y de éste al crimen contra periodistas, la libertad de
expresión padece la más violenta embestida por parte del terrorismo. La
impunidad ha hecho su oscura labor: querer acallar a quienes consideran sus verdaderos
opositores.
No
parece tener fin la cadena de asesinatos de informadores en todo el territorio
nacional.
Los
más recientes hechos cometidos con lujo de violenta saña van del norte al sur
del mapa ensangrentado por sicarios al servicio de la criminalidad. En
Chihuahua, lo mismo que en Veracruz y hace unos días en Baja California Sur,
las agresiones indican que tras el velo de la impunidad los testaferros del
crimen están dispuestos a dar su temeraria batalla para amedrentar a los trabajadores
de la comunicación, con el objeto de que enmudezcan o, al menos, incumplan con
sus deberes profesionales.
El sonorense
Carlos Moncada Ochoa, en su libro “Periodistas Asesinados”, da un panorama
palpitante acerca de la nómina de periodistas que han caído en aras de expresar
la verdad, a cuyo efecto recorrió escenarios inéditos en donde actuaron, con
honor y dignidad, las mencionadas víctimas.
El
español Francisco Rubiales, a su vez, produce su muy valioso ensayo con el
título, de suyo elocuente, “Periodistas Sometidos. Los perros del Poder”
(Almuzara, 2009), en cuyas más de 200 páginas realiza un penetrante estudio que
va desde el valor de la verdad, la alianza entre periodistas y ciudadanos,
hasta las resbaladizas pendientes en las
que expone ante los lectores temas a menudo soslayados: la libertad, la
complicidad o contubernio; asimismo lo relacionado con los poderes económicos,
sociales, económicos en los que a veces se pretende aparejar el oprobio y el
honor.
Luis
María Anzón, de la Real Academia Española, anticipa en el Prólogo a la
precitada obra: “El autor ha colocado un espejo delante del periodismo en la
democracia”.
Refiriéndose
a Rubiales, autor del libro aludido, escribe: “Sus experiencias están resumidas
en este libro que es un excelente ensayo sobre la libertad y el acoso a los que
desde la libertad se esfuerzan por decir la verdad”.
No
son ya, por cierto, los faraones egipcios, los dictadores medos y persas, los
vanidosos emperadores romanos, los señores feudales; en fin, los testaferros
del Kremlin o los defensores del capitalismo a ultranza.
Ahora
son los emboscados del crimen organizado, con armas infiltradas y fabricadas en
el exterior los que forman las hordas de la desestabilización con propósitos
aviesos. Son los sicarios organizados para derruir los foros de expresión
plural, arremeter sobre los que utilizan espacios públicos organizados para
defender lo defendible, denunciar lo denunciable, publicitar lo publicitable. Señalar
y mostrar la cara de quienes se enriquecen con los dineros de la población: los
impuestos y bienes ciudadanos.
En
vez de hogueras en las que se incineran manuscritos, memorias y misivas, hoy en
día la cuota es la vida de los informadores; en lugar de exiliar a todos aquellos
que piensan diferente cegar la vida de los que se atreven a mencionar por sus
nombres y perversas acciones a los corruptos
y abusivos en funciones de poder, a los que se enriquecen sin pudor, de la
noche a la mañana; a los cínicos y tránsfugas que huyen escondiéndose,
cobardemente, de la justicia legal. Ejemplo: los ex gobernadores Yarrington y
los Duarte, para citar a los más publicitados.
En modo alguno, la libertad de expresión se da
en abstracto, como si fuese un halo sin asidero alguno. La ejercen, y la han
ejercido, hombres y mujeres con nombre propio a lo largo de la historia
universal.