Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







domingo, 16 de abril de 2017

ACOSO A PERIODISTAS: LIBERTAD BAJO CUSTODIA

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De la intimidación al acoso y de éste al crimen contra periodistas, la libertad de expresión padece la más violenta embestida por parte del terrorismo. La impunidad ha hecho su oscura labor: querer acallar a quienes consideran sus verdaderos opositores.
No parece tener fin la cadena de asesinatos de informadores en todo el territorio nacional.
Los más recientes hechos cometidos con lujo de violenta saña van del norte al sur del mapa ensangrentado por sicarios al servicio de la criminalidad. En Chihuahua, lo mismo que en Veracruz y hace unos días en Baja California Sur, las agresiones indican que tras el velo de la impunidad los testaferros del crimen están dispuestos a dar su temeraria batalla para amedrentar a los trabajadores de la comunicación, con el objeto de que enmudezcan o, al menos, incumplan con sus deberes profesionales.
El sonorense Carlos Moncada Ochoa, en su libro “Periodistas Asesinados”, da un panorama palpitante acerca de la nómina de periodistas que han caído en aras de expresar la verdad, a cuyo efecto recorrió escenarios inéditos en donde actuaron, con honor y dignidad, las mencionadas víctimas.
El español Francisco Rubiales, a su vez, produce su muy valioso ensayo con el título, de suyo elocuente, “Periodistas Sometidos. Los perros del Poder” (Almuzara, 2009), en cuyas más de 200 páginas realiza un penetrante estudio que va desde el valor de la verdad, la alianza entre periodistas y ciudadanos, hasta las resbaladizas pendientes en  las que expone ante los lectores temas a menudo soslayados: la libertad, la complicidad o contubernio; asimismo lo relacionado con los poderes económicos, sociales, económicos en los que a veces se pretende aparejar el oprobio y el honor.
Luis María Anzón, de la Real Academia Española, anticipa en el Prólogo a la precitada obra: “El autor ha colocado un espejo delante del periodismo en la democracia”.
Refiriéndose a Rubiales, autor del libro aludido, escribe: “Sus experiencias están resumidas en este libro que es un excelente ensayo sobre la libertad y el acoso a los que desde la libertad se esfuerzan por decir la verdad”.
No son ya, por cierto, los faraones egipcios, los dictadores medos y persas, los vanidosos emperadores romanos, los señores feudales; en fin, los testaferros del Kremlin o los defensores del capitalismo a ultranza.
Ahora son los emboscados del crimen organizado, con armas infiltradas y fabricadas en el exterior los que forman las hordas de la desestabilización con propósitos aviesos. Son los sicarios organizados para derruir los foros de expresión plural, arremeter sobre los que utilizan espacios públicos organizados para defender lo defendible, denunciar lo denunciable, publicitar lo publicitable. Señalar y mostrar la cara de quienes se enriquecen con los dineros de la población: los impuestos y bienes ciudadanos.
En vez de hogueras en las que se incineran manuscritos, memorias y misivas, hoy en día la cuota es la vida de los informadores; en lugar de exiliar a todos aquellos que piensan diferente cegar la vida de los que se atreven a mencionar por sus nombres y  perversas acciones a los corruptos y abusivos en funciones de poder, a los que se enriquecen sin pudor, de la noche a la mañana; a los cínicos y tránsfugas que huyen escondiéndose, cobardemente, de la justicia legal. Ejemplo: los ex gobernadores Yarrington y los Duarte, para citar a los más publicitados.

 En modo alguno, la libertad de expresión se da en abstracto, como si fuese un halo sin asidero alguno. La ejercen, y la han ejercido, hombres y mujeres con nombre propio a lo largo de la historia universal.