Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







sábado, 10 de septiembre de 2016

LA HORA DE MÉXICO: ATRÁS LOS DIMES Y DIRETES

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Los hechos señalan que ha llegado la hora de las grandes decisiones.
Ciertamente, el Presidente de la República no es todo México, con todo y el enorme peso político que gravita en torno a su investidura, al grado de llamarse el poder ejecutivo que ostenta poder máximo y supremo al lado de los restantes poderes de la Federación.
Ha llegado la hora de la verdad, como suele decirse.
La hora en la cual los partidismos y la lucha campal entre agrupaciones ha de ponerse a un lado para que los Partidos (así con mayúsculas) ejerzan sus funciones en las cámaras del Congreso. Y consiguientemente para que los congresos de los Estados de la República asuman sus legítimas facultades representativas de los ciudadanos que los llevaron al solio que ocupan. Es decir, el sitio o escaños en sus respectivas sedes legislativas.
La hora a la que nos referimos es la hora de todos: la hora de los compromisos; de  los acuerdos en firme. A fin de que éstos operen como vías para el logro de beneficios tangibles en lo social, con resultados de progreso individual, familiar y colectivo en los órdenes de la salud, la educación, el empleo con seguridad y sana convivencia. En suma, con paz y armonía entre todos y para todos.
Los dimes y diretes no dejan de ser pasatiempo pernicioso que no producen, cuando mucho, sino el mal sabor propio de la ingenuidad y la perversidad.
Cargar con todo y por todo al titular del Ejecutivo, se ha hecho un pasatiempo, practicado paladinamente y en forma irresponsable, con evidente carga de frivolidad. Tal conducta, es por demás temeraria, la que puede dejar heridas incurables.
No habría que olvidar cómo el Presidente de la República es representativo de la voluntad de los mexicanos.
Tampoco habrá que dejar en el olvido a los señores diputados y senadores, cuya inmediata responsabilidad es poner en el crisol de la discusión, las contrapropuestas y los acuerdos antes de que se conviertan en leyes que obligan por igual a todos.
Y nunca de los “nuncas” es tarde o irremediable para hacer las acotaciones de rigor.. Aunque nada mejor sería que todo ocurra a su debido tiempo.
Con pasmosa parsimonia fue tratada en el Congreso federal la propuesta de cambio en el modelo educativo enviada por el Presidente Peña Nieto para que, una vez decretada, los promotores de la violencia y la inconformidad levantaran las barricadas de la rebelión por lo que consideran errores, fallas y anomalías en la susodicha reforma.
Y así, por el estilo.
Al titular del Ejecutivo corresponde, es oportuno señalarlo, por otra parte, conducir la nave del Estado mexicano por las turbulentas aguas de la convivencia internacional, sin soltar jamás las riendas metódicas de la diplomacia que están bajo su responsabilidad.
Así, ofrecer la visita de candidatos del vecino país a la casa presidencial, es una decisión suya entre las muchas a tomar dentro del amplio género de “cortesías” a su alcance.
El republicano Donald Trump, como sabemos, aceptó venir a México y fue atendido debidamente por su anfitrión, Enrique Peña Nieto..
Otro punto se refiere a su comportamiento de huésped poco agradecido. Pues de por sí no era bien vista su presencia por muchos mexicanos. Nos referimos a sus alharacas y expresiones ofensivas  hacia nuestros inmigrantes y connacionales.
En cuanto a los dichos acerca de su “buen éxito” por el mencionado periplo y de su injerencia eficaz en el relevo del secretario Videgaray más valdría no perder el tiempo comentando lo de su conjetura. A la ofensa trata de inferir el daño.

La hora de México, toca a nuestras puertas. Y no hay tiempo que perder.