Los
hechos señalan que ha llegado la hora de las grandes decisiones.
Ciertamente,
el Presidente de la República no es todo México, con todo y el enorme peso
político que gravita en torno a su investidura, al grado de llamarse el poder
ejecutivo que ostenta poder máximo y supremo al lado de los restantes poderes
de la Federación.
Ha llegado la
hora de la verdad, como suele decirse.
La
hora en la cual los partidismos y la lucha campal entre agrupaciones ha de
ponerse a un lado para que los Partidos (así con mayúsculas) ejerzan sus
funciones en las cámaras del Congreso. Y consiguientemente para que los
congresos de los Estados de la República asuman sus legítimas facultades
representativas de los ciudadanos que los llevaron al solio que ocupan. Es
decir, el sitio o escaños en sus respectivas sedes legislativas.
La
hora a la que nos referimos es la hora de todos: la hora de los compromisos; de
los acuerdos en firme. A fin de que
éstos operen como vías para el logro de beneficios tangibles en lo social, con resultados
de progreso individual, familiar y colectivo en los órdenes de la salud, la
educación, el empleo con seguridad y sana convivencia. En suma, con paz y
armonía entre todos y para todos.
Los
dimes y diretes no dejan de ser pasatiempo pernicioso que no producen, cuando
mucho, sino el mal sabor propio de la ingenuidad y la perversidad.
Cargar
con todo y por todo al titular del Ejecutivo, se ha hecho un pasatiempo,
practicado paladinamente y en forma irresponsable, con evidente carga de
frivolidad. Tal conducta, es por demás temeraria, la que puede dejar heridas
incurables.
No
habría que olvidar cómo el Presidente de la República es representativo de la
voluntad de los mexicanos.
Tampoco
habrá que dejar en el olvido a los señores diputados y senadores, cuya inmediata
responsabilidad es poner en el crisol de la discusión, las contrapropuestas y
los acuerdos antes de que se conviertan en leyes que obligan por igual a todos.
Y
nunca de los “nuncas” es tarde o irremediable para hacer las acotaciones de
rigor.. Aunque nada mejor sería que todo ocurra a su debido tiempo.
Con
pasmosa parsimonia fue tratada en el Congreso federal la propuesta de cambio en
el modelo educativo enviada por el Presidente Peña Nieto para que, una vez
decretada, los promotores de la violencia y la inconformidad levantaran las
barricadas de la rebelión por lo que consideran errores, fallas y anomalías en
la susodicha reforma.
Y
así, por el estilo.
Al
titular del Ejecutivo corresponde, es oportuno señalarlo, por otra parte,
conducir la nave del Estado mexicano por las turbulentas aguas de la
convivencia internacional, sin soltar jamás las riendas metódicas de la
diplomacia que están bajo su responsabilidad.
Así,
ofrecer la visita de candidatos del vecino país a la casa presidencial, es una
decisión suya entre las muchas a tomar dentro del amplio género de “cortesías” a
su alcance.
El
republicano Donald Trump, como sabemos, aceptó venir a México y fue atendido debidamente
por su anfitrión, Enrique Peña Nieto..
Otro
punto se refiere a su comportamiento de huésped poco agradecido. Pues de por sí
no era bien vista su presencia por muchos mexicanos. Nos referimos a sus
alharacas y expresiones ofensivas hacia nuestros
inmigrantes y connacionales.
En
cuanto a los dichos acerca de su “buen éxito” por el mencionado periplo y de su
injerencia eficaz en el relevo del secretario Videgaray más valdría no perder
el tiempo comentando lo de su conjetura. A la ofensa trata de inferir el daño.
La
hora de México, toca a nuestras puertas. Y no hay tiempo que perder.