Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







lunes, 26 de septiembre de 2016

DEL TRATADO DE TLATELOLCO A LA AMENAZA NORCOREANA

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En medio de violencia, racismo, amenazas y contramigración, la reunión de la ONU se efectuó bajo el signo de creciente ineficacia y pasmosa incapacidad para instaurar la anhelada era de paz entre los pueblos.
Escudo de los débiles, el derecho internacional da la impresión de haberse  convertido en normas de “nomine”, para ser objeto de violaciones sin fin por parte de las naciones poderosas; inclusive por los Estados más indefensos.
En el país sede del máximo organismo mundial, Estados Unidos, la discriminación vuelve como si jamás hubiese existido un Martin Luther King, y como si nunca  hubiesen tenido lugar los sueños de igualdad. Y mucho menos, que hubiese ocurrido la  época de dignificación de la persona humana en cuanto tal.
Campeón de campeones en lo que se refiere a la batalla contra la esclavitud, en el país de Lincoln se hizo realidad, cuesta arriba, la meta de la igualdad racial a través de una nación que abrió las puertas de escuelas y universidades a los niños, adolescentes y jóvenes de color.
Asimismo, en el despuntar de este siglo se ganó una victoria más con el sorpresivo triunfo presidencial de un candidato emergente salido de los enclaves de la discriminación.
La Casa Blanca ha dejado, por ahora, de ser símbolo de la aristocracia y del exclusivismo racial para convertirse en ámbito de la causa igualitaria y de la obtención del poder por medio del talento, la capacidad y la destreza política al servicio de la sociedad.
Apenas audible, la voz de México se hizo notar en la ONU llevando un mensaje de tolerancia, comprensión y filantropía ante el terrorismo abanderado por las huestes islámicas inspiradas por un fanatismo y crueldad pocas veces visto.
Atrás habían quedado los ecos de la oratoria mexicana, elocuente y persuasiva,  de mediados de la anterior centuria. Sobre todo, de los años sesenta y setenta en que México conmovió a través de sus intervenciones pacifistas y en contra de la proliferación de las armas destructoras.
Antes de Peña Nieto, en los tres últimos sexenios, nuestro país dio la impresión de ser un ente del que se habría apoderado el mutismo en el seno de la ONU, dejando en el olvido las intervenciones de un Adolfo López Mateos por mencionar el liderazgo internacional que había devuelto el prestigio sembrado y hecho fructificar el Benemérito desde su tumba.
Por momentos se hizo sentir, en forma de lampos, las luces emanadas del Tratado de Tlatelolco con motivo de la participación airada de Corea del Norte en el seno de la Asamblea advirtiendo, en forma de ultimátum, su determinación en palabras de su ministro de Relaciones Exteriores: la opción nuclear, aseveró en torno amenazante, es la única que tiene Corea del Norte para defenderse.
Del Preámbulo del Tratado son estas palabras: Las armas nucleares contienen terribles efectos que alcanzan indistinta e ineludiblemente tanto a las fuerzas militares como a la población civil. Constituyen, por la radioactividad que generan, un atentado a la integridad de la especie humana y aún pueden tornar finalmente toda la Tierra inhabitable.
Como un callejón sin salida parecerían volverse las sombrías advertencias de los norcoreanos. Voz en el desierto, las de Japón, China, Corea del Sur.
Nada se conseguiría con la propuesta de este último país en el sentido de quitar, despojándolo, a Corea del Norte, su estatus como miembro de la ONU.

Mientras el primitivismo bélico invoca la llamada guerra justa, es de esperar que se convalide la tesis del cosmopolitismo fundado en un derecho internacional con tribunales eficaces que prevengan, con arreglo al convencimiento y la imputación.