Año
de elecciones no sólo en nuestro país, sino en la nación de Lincoln y de Washington.
Asimismo, en la hermana República de Perú.
Mal tiempo para
votar, diría José Saramago en su “Ensayo sobre la lucidez”.
En
nuestro azotado territorio, el movimiento reaccionario, conservador a fin de
utilizar un eufemismo, ha vuelto ante la desesperación, las acusaciones por
todos lados, ciertamente de quienes apostaron por el triunfo de las reformas
presidenciales y la continuidad del ya legendario partido en el poder.
Las conjeturas
no se han hecho esperar.
Al día siguiente
de los comicios, el triunfalismo de la derecha dio rienda suelta.
Acción
Nacional se declaró partido vencedor frente a un PRI en bancarrota.
Apuntalándose en la extrema izquierda (Morena-PRD), el análisis cuantitativo de
sus líderes condujo a vaticinar el regreso, en 2018, a la residencia
presidencial de Los Pinos, aduciendo el estridente rechazo de los ciudadanos a
la agrupación que encumbró al actual titular del Poder Ejecutivo federal.
La
corrupción oficializada fue el tema, manejado como catapulta en contra de la
administración mayoritaria representada en gobiernos locales y en la
Federación.
Los
malintencionados recordaron cómo tras la reforma propuesta por Carlos Salinas
de Gortari, la alianza secreta entre los grupos de Zedillo y Fox dio entrada a
la reacción, tal y como ahora entre los epígonos del PAN quienes pretenden
socavar las bases del mandatario reformista en aras de una época presidida por
los émulos de Santa Anna y Miramón.
En
el país del Norte, cabeza del imperio mundial, la situación es mucho más complicada
que la nuestra.
Allá
el triunfo temprano del republicano para liderar la candidatura a la
Presidencia ha causado pavor entre las filas del Partido de Lincoln y de
Kennedy, el cual se ha despejado a partir de los últimos días, con la victoria
de Hilary Clinton.
No
se trata sólo, como ocurriría aquí, de alternancia o de relevo en la suprema
magistratura.
El
trasfondo es de mucha mayor monta y de consecuencias difícilmente previsibles.
Mal
que bien, el Partido Demócrata ha sido abanderado de causas ponderadas como
avances y progresos en la historia política de los Estados Unidos.
Sin
ir muy lejos, el Demócrata es la organización que más ha hecho por el ideal del
igualitarismo. Prueba constatable es la Presidencia del país en manos de Barack
Obama, el estadista de color que hace renacer la esperanza en la equidad y la
justicia de marginados dentro de las fronteras de la gran nación.
El
Partido Demócrata, asimismo, es portavoz de
la sociedad abierta proclamada por Karl R. Popper; es decir, la sociedad
sin amenazadoras murallas y retenes conculcadores de la libertad y la
oportunidad.
Ha
enarbolado las armas como lo ha hecho todo imperio que aspire a seguirlo
siendo. Y es garante, prueba en contrario, de la igualdad (no identidad) de
género en todas las actividades humanas, sin soslayar la dedicación a la
política. Prueba de ello, nuevamente, es la candidatura de Hilary Clinton a la
Presidencia de la República.
En
Perú, el resultado electoral da un respiro de tranquilidad a la población, dado
el preámbulo de conflictos sin término.
Volviendo
a lo nuestro, sin soslayar lo que está por venir en el vecino país, aquí se
debate mucho de lo que será el futuro económico, diplomático y social del país.
Con
Saramago, así, habría que expresar que los tiempos son malos para el ejercicio
del voto. Es decir, que sopla mucho viento, presagio de tormentas.
El
monstruo de mil cabezas amenaza por todas partes. Visiblemente: la reacción
conservadora y el terror islámico.