Entidad de raíces
ancestrales, perla brillante cultural y social del centro del país, Michoacán
fue escogida por el crimen institucionalizado como centro experimental desde cuyas trincheras se impusieron
tácticas terroristas que incluyen extorsión, secuestros y muerte, protegidas
por la impunidad y el contubernio.
Es, por hoy, ejemplo a no
seguir, testimonio de ineficacia gubernamental,
complicidad y de inepcia en su más grotesca expresión. Dos décadas atrás era región caracterizada
por su laboriosidad, tenacidad, organización agroindustrial. Modelo exportador
de productos agrarios, la tentación totalitaria, de liderazgos maltrechos se
convirtió, al paso del tiempo, en tumba de los ideales de progreso, ilustración
educativa y creatividad, desdeñando así sus orígenes, sus tradiciones y su
emergencia en los nuevos tiempos de la política modernizadora.
El viejo federalismo, con
todo y su carga de lastres de carácter administrativo, víctima del abandono
hacendario y llevado a extremos de malentendida autonomía, independencia
política y soberanía jurídica es, a la fecha, paradigma de abulia, de pandemia
anarquizante, cuya recuperación es principal reto, desgastante y desafiante,
que afronta la Federación.
El síndrome de la anarquía,
por cierto, alcanza a zonas limítrofes en las cuales la criminalidad organizada
impera sobre los gobiernos de leyes. Guerrero y Nuevo León enseguida, Oaxaca y
Veracruz después, todo indica que las tareas de limpieza emprendidas desde la
Presidencia con la participación de los tres órdenes de gobierno conllevan la
determinación de erradicar las causas y no sólo remediar los efectos, el curar
las heridas en vez de ir ala etiología de la enfermedad.
La crisis del federalismo y
el tránsito hacia el nuevo pacto federal con base en las reformas actuales,
tiene en Michoacán un vasto espejo en el que podemos ver nuestras flaquezas y
debilidades, omisiones generadoras de vacíos de poder que, con lujo de
impunidad, permiten proliferación de mandatos “de facto” y gobiernos “de
nomine”, originados en la política de“usos y costumbres”.
Justamente, el abandono de
los principios del republicanismo, de la democracia federativa, de la
descentralización política y administrativa y de la consiguiente
desconcentración de funciones, dio alas al propósito devastador de convivencia
plural, de relativismo del poder entendido como corresponsabilidad, propiciado por
las tentaciones autoritarias y opresoras.
Nuevo Michoacán da a entender
el giro hacia senderos de la legalidad en contra de las pretensiones
usurpadores del poder del derecho y las acechanzas del supuesto poder de la
fuerza, la violencia y la impunidad. Un nuevo Michoacán es mucho más que
metáfora política y reviste la determinación de dar un cambio radical para dar
eficacia, rumbo y sentido a la idea federativa al amparo de estos tiempos de
universalidad de la economía de mercado, pero regulada por firmes controles
normativos y administrativos, inspiradores de valores de honestidad,
patriotismo y prevalencia de un espíritu de servicio público entendido como
responsabilidad, apego al deber por el deber, al Estado de leyes.Un nuevo
Michoacán guiado por ejemplar conducta cívica de funcionarios, jueces y
legisladores investidos por el ropaje de la lealtad a las instituciones, la
consagración a las tareas de su incumbencia, y sin otra inclinación
o disposición motivada por intereses gremiales o de agrupación ideológica.
Un nuevo Michoacán es la estrella renaciente
capaz de alumbrar los rincones más apartados y recónditos: el amanecer de un
federalismo nuevo, progresista, legalista y constructivista de pactos en
verdad institucionales. No un federalismo de apariencia mediática al servicio de
la demagogia, báculo y sostén de la criminalidad organizada.