Mal le va a Cajeme según
noticias en “Tribuna del Yaqui” y “Crítica” de Hermosillo, y de acuerdo con el
juicio de Rogelio Díaz Brown quien deplora cómo, respecto del ejercicio fiscal
2014, recién aprobado, no hay un “solo peso etiquetado” para el Municipio. Y
como si fuera poco, dio a conocer que en 2013
Cajeme había recibido la asignación de cien millones de pesos. Pero los
cuales, comentó, no llegan aún a las arcas municipales.
Vamos así, de mal en peor. Al
daño se añade paladinamente la ofensa. Y es de temer, aunque sería el colmo,
que con los ciento veinte millones de pesos procedentes de la Federación merced
a la eficiente y tenaz intermediación de los legisladores sonorenses, se tuviesen
que allanar compromisos que urgen a la población y que corresponde ser atendidos con recursos propios de la
Entidad.
Queda corto el dicho aquel de
que los amigos se conocen y reconocen en la nómina. Aquí se sustituye con la
conseja según la cual entre los no amigos, por decir lo menos, en la nómina
presupuestal el poderoso, el más fuerte en lenguaje platónico, castiga y
atropella al más débil, al indefenso en las actuales circunstancias, sin tomar
en cuenta que el débil puede convertirse en fuerte a muy corto plazo y el que
ahora está en desventaja puede resultar y ser el que se alce con el triunfo.
Mientras tanto, Cajeme
confinado en el cabús del flamante presupuesto de 2014 padece crecida
inseguridad y violencia a manos del crimen organizado. Sigue su marcha triunfal
el golpeteo del desempleo con todo y los esfuerzos de la administración
política local que hace hasta lo imposible para sacar adelante los programas de
convivencia urbana, los proyectos de desarrollo social en los poblados
periféricos requeridos de servicios públicos, de inmuebles escolares
funcionales, de instalaciones deportivas con el fin de respaldar la política de
convivencia en paz.
En resumidas cuentas, la
inanición presupuestal llega a la situación de tener que acudir al
endeudamiento por casi encima de la capacidad para hacer rendir óptimamente los
haberes del magro erario municipal.
Palanca de desarrollo es el
presupuesto. A una rigurosa política de ingresos le corresponde, asimismo, una
planificación técnica, equitativa, para ejecutar la distribución de los
recursos.
Por el contrario, en manos
proclives a la anarquía administrativa el presupuesto es, puede serlo, arma
punitiva y de control, medio para hacer quedar mal al adversario, al que no es
de la misma camarilla, del que no comulga con la personal ideología y acaso
piedra de escándalo en daño y perjuicio individual. Así, el presupuesto se
vuelve forma de castigo, garrote
vil en manos semejantes.
La penalidad infligida en
estos casos, al margen de la ley, no deja de causar graves dividendos. Origina
descrédito a quien incurre en ello. Sobre todo, cuando a las conductas ilícitas
se añade la impunidad. Y cuando la ausencia de controles o la indiferencia
mezclada con la apatía para darles eficacia, lleva al encubrimiento y a la
confabulación. Finalmente, el susodicho proceder motiva desconfianza hacia la
organización en la que se escuda el supuesto manipulador, devolviéndole mal por
bien, perjuicio en vez de buena paga; es decir, ingratitud en última instancia.
Cajeme es, ni quien lo dude,
un municipio cargado de historia forjada con hechos y
sucesos de reciente factura. No llega aún a los dos tercios de siglo y da la
impresión de haberse iniciado a grandes zancadas o impulsos, por el esfuerzo,
la tenacidad y la inventiva de sus
líderes y progenitores.
Ha transitado con donaire,
por decirlo así, de una demarcación caracterizada por su auge agroindustrial a
un estatus de señorío en donde lo económico se imbrica en lo cultural y
humanístico. Sus instituciones educativas lo expresan de ese modo, con
particular elocuencia.