Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







lunes, 28 de octubre de 2013

ES TIEMPO DE EDIFICAR, NO DE CONFRONTAR



Los tiempos que corren son propicios para construir, no para derrumbar lo edificado. El viejo Eclesiastés, monumento de sabiduría antigua aduce, con excepcional pertinencia, que todo tiene su momento, su “kairós”, afirmaban los sofistas de la Grecia clásica. Así, hay tiempo para plantar y tiempo para arrancar lo plantado; tiempo de esparcir piedras y tiempo de bailar; tiempo de callar y tiempo de hablar. En suma, hay, siempre habrá tiempo de amar y tiempo de aborrecer; de hacer la guerra y de concertar la paz.
A vistas de lo ocurrido en Michoacán, y tomando en cuenta lo que sucede en Oaxaca, Chiapas, Guerrero, todo hace pensar en que nos acercamos a la hora de las grandes decisiones, tras noches y días de reflexión en la mesa donde los responsables y conocedores analizan los pros y los contras en cuestiones relativas al Estado.
Ciertamente, como lo hace notar el líder de la diputación federal priísta, Manlio Fabio Beltrones, no se desactivan las bombas de la disidencia a fuerza de puntapiés. Y es verdad: no es aconsejable hacerlo con ese trivial método, pues no se logra así disipar el peligro del estallido, sino por el riesgo de perder las partes del cuerpo en peligro, o bien hasta perder la propia vida haciéndola de audaz apagafuegos.
Por cierto, el legislador exhortó en su natal Sonora a sus coterráneos con el fin de que pongan punto final a la ya larga y desgastante pelea entre los del norte y los del sur del Estado, con motivo de la construcción y puesta en servicio del afamado Acueducto Independencia. Pidió concordia a los beligerantes dirigentes y políticos agrupados, unos, a la vera del gobernador Padrés y otros a la del alcalde cajemense Rogelio Díaz Brown, quien ha esgrimido, en efecto, una y otra vez, con desusado pundonor, el argumento de la legalidad y el concepto de Estado de Derecho como fundamento para dirimir la controversia.
La máxima ineficaz en el mayor número de ocasiones acerca de dividir para ganar o su complementaria de que si no se puede vencer habría que unirse al enemigo, no tiene lugar en una nación en donde el derecho tiene caminos y opciones para superar los conflictos y altercados.
Precisamente en Sonora, la cuna natal del presidente-caudillo, Plutarco Elías Calles, quien enarboló, al término de la  gran Revolución, el lema de que somos un país de leyes y no una república de temperamentos, ahí, en aquella demarcación territorial se ha planteado la más ominosa fractura política de que haya memoria, propiciada ni más ni menos que por el mandatario actual elegido por quienes depositaron su fe y su confianza en que su administración sería para el bien y la felicidad de sus gobernados. En pocas palabras, los votantes lo hicieron así en el supuesto de que el descendiente del paladín posrevolucionario cumpliría las leyes de la Federación y del Estado. Y las haría cumplir.
Mal estrategia es la no acatar la majestad del derecho con todo y sus asegunes, pues da ocasión para que el anarquismo empobrecedor, repetitivo y nada histórico, trate de hacer de las suyas en contubernio con los depredadores de la soberanía nacional, como es el gesto antinacionalista e insolente de quienes propalan el rumor de un posible separatismo en el norte del país, a causa de daños venideros por la traída y llevada reforma Hacendaria. Entre paréntesis, para ellos no tiene significado la enseñanza filosófica de Cicerón en el sentido de que la historia es maestra de la vida. Los apátridas de la mutilación siguen con vida.

Los tiempos que corren son para unir, para edificar lo derruido; son tiempos para reconstruir y promover el entendimiento y la armonía. No para provocar fracturas respecto de las cuales no haya traumatólogos expertos capaces de resarcir la salud perdida, de una vez por todas.