Vecinos cercanos, al fin y al cabo, habría que reconocer que Estados
Unidos y México afrontan atroz y devastadora crisis sociopolítica y económica.
En Washington, los ultraconservadores pretenden atar de manos y pies al
Presidente Obama; aquí, la izquierda radical y la extrema derecha hacen hasta
más no poder, con el fin de obstruir las acciones renovadoras del Presidente
Peña Nieto.
Ciertamente lo que resiste
apoya. No obstante, el costo social tiene limitaciones. Lo mismo que la
tolerancia con los intolerantes.
El mandatario
estadounidense está entre la espada y la
pared, por obra y gracia de un Senado conservadurista dispuesto a contener toda
iniciativa tendente a la innovación de la convivencia equitativa, justa desde
el punto de vista social, y con posibles efectos contemporizadores en el mapa
internacional. La reforma migratoria ha sido el pretexto para obstruir los
avances jurídico-institucionales en la poderosa Nación. El mandatario Peña
Nieto, en vísperas de alcanzar su primer año de gobierno, se la ha tenido que
ver con tirios y troyanos al grado de dar la impresión, aparente por cierto, de
flaqueza e indeterminación para lograr el triunfo de sus propuestas renovadoras
enunciadas antes y después de asumir la Presidencia.
La reforma educativa en México
ha sido y es el pretexto para ensayar algo así como una revuelta nacional, una
reyerta provocada por la oposición, venida gradualmente a menos, y el naciente
régimen reivindicador de pasado e ilustre prestancia, representado por el
denostado PRI. La lucha resulta encarnizada, para decirlo con acento
metafórico, pero nada asegura que la búsqueda de confrontación no termine con
un saldo negativo lamentable para los que nada tienen que ver con este
anarquismo enfermizo que un día iza unas banderas y las cambia paladinamente
por otras.
Mal se dice cuando se estima
que el principal perdedor, además de los sectores productivos afectados y los
sectores sociales sumidos en el desempleo, la inseguridad y la frustración, es
el sumiso y complaciente jefe de Gobierno del DF, un funcionario convertido en
báculo de los dirigentes del PRD, escudados en las sombras que da la
impunidad y el servilismo. Mal se dice, pues el principal derrotado en esta
desgastante batalla es ni más ni menos el PRD, la organización nacida para la
derrota desde su fundación hasta su letal, pero indetenible declive.
En las calles y en el
Congreso, el partido de los Ebrard, los Camacho, sin descontar al emblemático, para ellos, Andrés López
Obrador,ha llegado a lo que podría ser su postrera escaramuza. Afuera, la
sociedad capitalina con repercusiones en el territorio nacional, ha emitido su
fallo sobre el otrora denominado Partido de la esperanza. Su anarquismo
repetidor no ha convencido a nadie, como no sea a los usufructuarios de la
confusión y el rezago de las clases humildes y marginadas.
Dentro, en los foros en los
que se proponen y aprueban las leyes de trascendencia social, el PRD se ha
vuelto un fantasma que merodea en los rincones,convalidando avances ya implícitos en las propuestas. Por
ejemplo, en lo del IVA a las colegiaturas, promovida por el Partido en el
poder, el PRI, como señuelo para atraer a los incautos e improvisados
legisladores de oposición.
Por su lado el PAN,
congruente con su trayectoria, no ha hecho sino servirse de la organización
izquierdizante para lograr que las reformas (educativa, política y hacendaria)
se vuelvan sostén de sus tenebrosas aspiraciones.
Para concluir: es de esperar
que se dé caritativa sepultura al anarquismo intolerante y repetidor. Y confiar
en que, cuanto antes, salga el sol del anarquismo creador. Creador de
oportunidades, de empleo, escuelas y de riqueza social y cultural. Falta nos
hace.