Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







lunes, 4 de febrero de 2013

RUBÉN BONIFAZ NUÑO: EL HUMANISMO ESTÁ DE LUTO




Murió a los 89 años, cargado de gloria, en plenitud espiritual  con el corazón ahíto de bonhomía, precedido de amor y comprensión, el maestro, académico, poeta y traductor, Rubén Bonifaz Nuño. Veracruzano ilustre, mexicano ecuménico y señero universitario, las palabras faltan para rendirle un último adiós.
Su nombre se enlaza al de otros coterráneos suyos: a los Rébsamen, a los Díaz Mirón, a los Héctor Rodríguez. Con él evocamos figuras ingentes que llenan páginas de pundonor, lucidez y talento. Quien tuvo ocasión de tratarlo de cerca, jamás podría olvidar su voz sin afectaciones, la sonrisa fácil y comunicativa. 
Vivió en la Universidad y para la UNAM. Convivió gozosamente con sus colegas: investigadores y docentes; con sus numerosos seguidores y alumnos. Dio  comedida atención a los empleados administrativos que le asistían en el quehacer cotidiano  dentro de la que fue su casa-hogar, a la que tanto amó y cuya comunidad jamás lo olvidará.
Tuve el privilegio de conocerlo allá por la década de los sesenta y de  recibir el beneficio de su bondad; lo entrevisté en su despacho de la Torre de Humanidades, estreché su mano en los corredores de Filosofía y Letras, asimismo, solía darle el saludo cordial en los espacios por donde iba y venía de,  y hacia, Publicaciones en el campus de CU.
Indefectiblemente lo asocio con la figura de dos maestros míos: Rafael Moreno y Bernabé Navarro, sin olvidar por supuesto el afecto y la consideración que siempre  profesé a Guillermo Héctor Rodríguez.  Oriundos de la tierra del café, el humanista y el filósofo, él, de la tibia, sensual y bella Córdoba; mi maestro Héctor Rodríguez del ancestral Coatepec, sitio pletórico de verdor, cubierto en las calladas noches por un  cielo acogedor tachonado de astros.
Por intermedio suyo y de mi benefactor, el maestro Moreno, obtuve mi primera ocupación: fui por ellos recomendado al doctor Efrén C. del Pozo, secretario general de la Unión de Universidades de América Latina (UDUAL) para coordinar la revista del susodicho órgano filial de la Asociación Internacional de Universidades. Rafael Moreno habría de apadrinarme en mi ingreso de profesor a la Preparatoria. Y con ambos, con su desprendido cobijo, cursamos a finales del 68 un curso piloto de griego clásico impartido por la inolvidable maestra, la doctora Margarita Julieta Tapia.
En horas difíciles para el autor de esta dolorida y mal expresada evocación, acudí al doctor Bonifaz en su cubículo  de Humanidades tras haber recibido el veto para obtener una beca en Investigaciones Filosóficas. Cordialmente, como solía hacerlo con quienes se acercaban a su lado, me hizo ver, en forma por demás convicente, que los caminos de la vida se hacen con dificultad, tenacidad, independencia y entrega sin límites. “Hasta llegado el medio día, me dijo, atiendo los deberes administrativos para, enseguida, dedicarme a mi tarea cotidiana de investigar, proseguir los proyectos académicos encaminados a la publicación de mis escritos.” Dirigió entonces su mirada al estante repleto de sus obras impresas: ensayos y traducciones.
Su legado está ahí, al alcance de estudiosos, aprendices en el saber, así como de alumnos diligentes, motivados  por su enseñanza iluminadora. Latinos y griegos fueron la pasión intelectual de su existencia. Enseñó con el ejemplo, mostró que el fin del trabajo intelectual es el de compartir los frutos  a los demás. En esto y en muchas otras aristas de su vida, fue maestro desprendido y virtuoso. Dio lo mejor, lo óptimo, de sí mismo sin la búsqueda insaciable, muchas veces pírrica, de la recompensa o del desdén.
En forma similar al poeta de la Hélade, Homero, vivió sus últimos años el maestro Bonifaz, sin la luz de sus ojos. Pero los destellos de su alma buena, emanan desde  adentro, en forma permanente.