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Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







lunes, 21 de mayo de 2012

LA INFERNAL CONSIGNA: MUERA LA INFORMACIÓN

La guerra sucia cobra una baja más entre las filas del periodismo. Marco Ávila García, de los diarios sonorenses El Regional y Diario de Sonora, ha sido presa del cobarde secuestro y del odio irracional, en tierra baldía. Su asesinato es sombría voz de alerta, tras cruel tortura, y cubre de luto al ya de por sí aterrorizado municipio de Cajeme. Soldado de la información cotidiana, corresponsal en medio de la susodicha guerra sucia que invade todo el territorio nacional, Ávila García fue un obrero afanoso en la abnegada misión de recabar datos, elementos no siempre evidentes de suyo, con el propósito de dar a conocer el mar de fondo que hay en las entrañas del infernal comercio de estupefacientes. Fue un valiente trabajador de la construcción de la verdad cotidiana, pan diario de la información. No pertenecía, en efecto, a los cuadros intermedios de la comunicación, mucho menos formaba parte de la “élite” del quehacer analítico que desempeñan avezados conductores de medios electrónicos, cuya tarea es interpretar los sucesos con arreglo a directivas prefijadas. Era, repetimos, un integrante del cuadro de obreros abnegados que realizan la faena, desde abajo, a flor de tierra, para allegar los elementos destinados a formar opinión, la llamada opinión pública, con la participación de los lectores y de los ciudadanos en general. Pero como en toda acción bélica, es el soldado raso, el que va al frente en posición de avanzada, el primero en ser blanco del embate enemigo, objetivo inmediato y víctima fatal de la confrontación. Es la presa convertida en señuelo para atemorizar y aterrorizar a todos los que tienen que ver con la industria de la comunicación social o colectiva. Así, en el caso del reportero martirizado, quien hacía su labor en medio del fuego cruzado entre los actores y autores de la violencia sistematizada, ha sido abatido con el fin de imponer miedo, zozobra y terror por parte de los agentes de la perversidad y el caos social. Sucumbió para desgracia suya, para infortunio de su dolorida familia, de la empresa a la que servía, así para el pesar de sus amigos, en medio de esta guerra no declarada o de revancha entre grupos de poder político y económico, cuyo desenlace no se avizora aún. Fue abatido en su calidad de informador y testigo presencial de hechos inefables, semejante al militar raso, al soldado de vanguardia, quien, armado solo de valor personal y motivado por el deber, cumple la misión que le corresponde. Marcos Ávila García fue víctima de la indefensión, del desamparo que propicia la impunidad. Fue presa, lo mismo que el torturado y vapuleado columnista político de Hermosillo, Gerardo Ponce de León, de la feroz cacería de adversarios y opositores a los dirigentes parapetados en el anonimato de la criminalidad organizada. Su muerte, prueba en contrario, responde a la consigna de imponer la norma del silencio y acallar, por medio de la represión, a todo aquel que estorbe y se interponga en el camino de las bandas criminales. En un Estado sin leyes en donde impera la voz del más fuerte, y el más fuerte lo es en atención al cúmulo de violencia capaz de usufructuar, el informador es la primera piedra a remover, obstáculo a eliminar por ser el conducto tangible que hace posible mantener enterada a la población acerca de los vínculos nefastos, las secretas operaciones y las redes que operan encubiertas por la corrupción y la complicidad de los poderosos en turno. Muera la información es, por tanto, su consigna. Y mueran, por lo mismo, los que la hacen posible, comenzando con los soldados de vanguardia, con todo aquel que hace posible, para empezar, su legítima defensa; con todo aquel que, por encima de la demagogia oficial, cumple su deber por el deber mismo.