Por Federico Osorio Altúzar
El
ala dura del neoliberalismo disfrazada de amor a la Humanidad, semioculta en
atuendos falsos de un cosmopolitismo predispuesto a la rapiña, al robo y el
despojo, al cruel y fatídico exterminio, asoma su rostro detrás de empresas
extranjeras como Repsol en Argentina y en México. Lo mismo aparece en
consorcios mineros de Chile, Perú y de nuestro país, particularmente en Oaxaca,
Guerrero, Coahuila y en escenarios recónditos del llamado triángulo dorado en
el norte de la nación.
Cananea,
así como Pasta de Conchos, han puesto de nuevo al descubierto, la depredación
despiadada que se practica en México al socaire del voraz colonialismo y a las
políticas públicas de los gobiernos del centro y de la periferia, coludidos en
uno de los más oscuros capítulos de nuestra historia actual.
A
menos de ocho meses de que el actual mandatario Felipe Calderón entregue la
silla presidencial, se presenta la gran oportunidad para que el jefe del
Ejecutivo dé el golpe de timón que sus antecesores, Salinas de Gortari, Zedillo Ponce de León y Vicente Fox no fueron capaces de
llevar a cabo, en acato a la política nacionalista y respetuosa de la
autodeterminación y la soberanía patria
que establece nuestra Carta Magna.
El
régimen del derechista Rajoy ha pedido a su similar, el Presidente mexicano,
que intervenga en beneficio del alicaído gobierno de España a fin de impedir la
posible nacionalización de la industria de los hidrocarburos. Azotada en sus
cimientos la economía hispana, el SOS lanzado en pasados días, uno de los
salvavidas, se adjunta a la actuación depredadora aquí, en nuestra patria, por
parte de la citada empresa transnacional en perjuicio de PEMEX. Es decir, de
las finanzas de la nación.
Tiene
el Presidente Calderón la ocasión que, sin duda ya no tendrá segunda
oportunidad, para enmendar, al cuarto para las doce como se dice, la cadena sin
fin de entuertos a través de los cuales México es, a la fecha, una de las
naciones más endeudadas de América Latina. Después de la vulnerada expropiación
del Presidente nacionalista, Lázaro Cárdenas, y perdida en el olvido la
expulsión de empresas como Texaco y El Águila, hay la oportunidad de oro a fin
de rectificar, con arreglo a la constitucionalidad y la legalidad, lo relativo
a la exploración, explotación y distribución y abasto de los hidrocarburos. La
ocasión está a la mano. ¡Ahora o nunca!
Tiempo
hace que el discurso apologético para exaltar la soberanía, la
autodeterminación y los derechos sobre el subsuelo, ha sido suplantado por el
mensaje apátrida de la competencia y la competitividad, el “libre” comercio, la
irrestricta inversión transnacional. En la oratoria entreguista de las últimas
décadas no hay pasajes relativos a la defensa de los bosques, de las corrientes
fluviales, la protección del medio ambiente y el desarrollo de la economía
regional en beneficio de los marginados y explotados, desde la Conquista hasta
acá.
“Los
indígenas reciben migajas a cambio de su riqueza natural”, denuncia la
presidenta del Foro Permanente de Naciones Unidas para los Pueblos Indígenas. A
las comunidades de las sierras y las montañas, a los aborígenes de todas etnias
del país se les trata y maltrata como “sujetos minorizados”, añade. Se les
miente, engaña y saquea con el visto bueno de las autoridades. Pimas,
tarahumaras y guarajíos flagelados por la enfermedad, la desnutrición, la
ignorancia y la injusticia, no dejarían mentir acerca de abusos de petulantes
caciques lugareños. La cadena sin fin de violaciones se protege por la
impunidad, y por la anuencia de mandatarios liberales y neoliberales. La
defensa de la petrolera Repsol es uno de los retos inmediatos a resolver para
frenar ya los saqueos y las depredaciones que promueven las famélicas economías
en naufragio.