Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







miércoles, 8 de febrero de 2012

LA TARAHUMARA, “MÁXIMA PRIORIDAD” DEL PRESIDENTE CALDERÓN





                                                                  Por Federico Osorio Altúzar

 El Presidente Felipe Calderón vio con sus propios ojos el drama de los indígenas flagelados por la peor sequía de que haya memoria en la sierra de Chihuahua. Escuchó con sus propios oídos la queja de los marginados de la Tarahumara desde Valle de Allende, enclave convertido en centro distribuidor de alimentos, alimentos, ropa y medios de auxilio para miles de aborígenes convertidos en víctimas del hambre y enfermedad.
Rarámuris, tarahumaras, guarajíos y pimas, están dejando de ser denominaciones intraducibles en el diccionario de los políticos y adquieren un sentido de realidad en el diccionario de neoconservadores, neoliberales y representantes de la izquierda moderada o radical.
Ciertamente, las etnias chihuahuenses no son las únicas ni las primeras en condición de penuria extrema. Si la emergencia las ha puesta a ojos vistas, a la luz en medio de la oscuridad y las tinieblas que han tendido sobre ellas los gobiernos capitalistas, revolucionarios y embajadores de los cacicazgos en turno, de aquellos de que habla Mark Wasserman en su clásica obra sobre el tema, no es en razón de que la población indígena haya sido y sea, a la fecha, últimamente, objeto de sesgado olvido por parte de los políticos en el poder.
Viene desde muy atrás el despojo de sus bosques, el atraco con sus tierras y yacimientos de minerales, la invasión sistemática de sus posesiones y el cinismo disfrazado para esclavizar, de generación en generación, desde La Colonia, sus mentes y cuerpos. Colonizadores y neo colonizadores los han convertido en reos dentro de sus propios territorios, nómadas en sus propias circunscripciones, apátridas bajo el cielo y dentro de la geografía de que fueron señores y amos en el remoto  pasado.
En este sentido, hay máxima prioridad en las sierras montañas no sólo de Chihuahua y por causa de la atroz sequía, sino  la hay (y de qué manera) en más de una veintena de entidades azotadas por la inclemencia de las políticas depredadoras, acentuada por el ciego embate de la Naturaleza convertida en denunciante de la marginación y la perversa política de exterminio. La máxima prioridad consistiría en poner punto final a los programas que más bien asemejan a una “solución final” para borrar de la geografía a las etnias menesterosas que son, por hoy, rémora y espejo del subdesarrollo y rezago del modelo socioeconómico impuesto en el país.
Por vía intuitiva, en vivo y sin interlocutores, el Presidente de la República se percató del fracaso del llamado federalismo político y la desconcentración económica establecida en los convenios de transferencias de recursos a los Estados, federalismo lastrado por la ineficacia administrativa y el partidarismo en el manejo de la hacienda pública, por arte y magia de funcionarios de segundo nivel, con la complacencia o ineptitud en los gobiernos estatales y municipales.
Saboteada la reforma hacendaria propuesta en el seno de CONAGO, desde 2003, precisamente por el entonces gobernador chihuahuense, a fin de hacer obligatoria en términos de equidad, la devolución de recursos a las entidades federativas, ahora los acuerdos son obstruidos por resolución de la autoridad del ramo o bien por el veto presidencial. El caso es que la hacienda pública actúa olímpicamente como el azadón de que hablaba el ex gobernador Patricio Martínez García, bajo la conseja de “todo para acá”, haciendo nulo el ideal de igualdad relativa entre los Estados y la Federación, propiciando en consecuencia situaciones que hacen hablar de “máxima prioridad”, cuando bastaría con que fuesen “prioritarias”, al fin de cuentas.
Pero todo hace notar que la prevención es asunto de lujo, de entelequias y utopías. Sirve, generosamente, a la discriminación y a los propósitos no muy  ocultos de exterminio y devastación.