Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







lunes, 23 de enero de 2012

2000-2012, ¿FIN DEL PRINCIPIO?





                                       
                                             Por Federico Osorio Altúzar

Se inicia el Año Nuevo entre aires reconfortantes de optimismo y esperanza. La noche transexenal de inicio de siglo va quedando atrás y los mexicanos en edad de votar se aprestan a imponer su voluntad de cambio por el método de la legalidad institucional. Llega  a su término la vía de la impostura, la simulación y el engaño.
El fraude electoral ha marcado al país colocándolo en plena bancarrota cívica y  moral; asimismo en grave déficit económico, político y social. El descrédito público pesa negativamente sobre las finanzas y la cooperación por parte de la sociedad internacional.  La pobreza extrema se extiende en forma subrepticia por zonas marginadas y enclaves hasta hace un par de décadas prósperas, modelos de productividad y riqueza.
El año 2000 dio inicio con la fuga del inefable líder del cártel de Sinaloa. El entonces mandatario lúdico se convirtió el más encarnizado perseguidor de un fantasma creado a imagen y semejanza de la renaciente oligarquía en el poder. El sucesor en el máximo poder político en México, Felipe Calderón, prosiguió la estrategia de hacer del crimen organizado el enemigo número a vencer, olvidando que los principales adversarios eran y siguen siendo: el desempleo, la desnutrición, la ignorancia y la falta de techo y abrigo.
A nadie convence, aunque a todos perjudica, la táctica de cazar lugartenientes de los verdaderos capos y cómplices del narcotráfico, de segundo y último rango, como si  fuesen los generales y capitanes de la “guerra” no declarada contra el crimen organizado. A nadie persuade, como no sea a los confabulados, de que estamos en vísperas de capturar al capo susodicho y poner fin a la contienda contra los “barones” del vicio. Con ello, dar término al negocio disfrazado de la venta de armas, el tráfico de influencias, la solapada compra de soberanía y el franco tránsito de inversionistas extranjeros en la explotación y el comercio de metales, escudados en pieles de oveja, pero dispuestos a la rapiña y al despojo en gran escala.
La política de engañar, por lo visto, culmina al hacer caer en la trampa del engaño a los propios embaucadores. Soltar al capo de capos en México, excarcelado furtivamente hace doce años, para recapturarlo en el ocaso de este sexenio, sólo alucina a los incautos. Pues ahora resulta, según los inventores de la fantasmagórica lucha anticrimen, que estamos ya, casi, en la antesala del milenio de la paz, el bienestar, la felicidad y la seguridad.
El recurso a la criminalidad como arma de combate contra la criminalidad, deja huellas indelebles en el rostro de la nación. Lo mismo, el echar mano a la traición y al espionaje para poner de rodillas  al contendiente. Y nada bueno deja la maniobra perversa, como en el aciago 1994,  de poner piedra sobre piedra, para  hacer caer a quien lleva la delantera en la lucha por el poder, el precandidato del PRI, incluyendo por supuesto a los modernos “judas” en acecho a la sombra de la precampaña presidencial. ¡Cuidado! Hay por todos lados Camachos disfrazados, a la vera del camino.
La otra cara de la moneda es, a nuestro juicio, la que hace recobrar la ecuanimidad y la fortaleza en estos momentos de duda, desconfianza y confusión.
Los mexicanos en condiciones de votar se aprestan a dar el triunfo al abanderado del cambio; a quien se ha comprometido a devolver la paz por medio del derecho, a restituir la seguridad pública y jurídica y dejar que alumbre, con luz propia, el derecho vigente; es decir, el derecho positivo, por encima del inoperante derecho natural con pretensiones de justicia, equidad y de igualdad.
2012 es así, el año de la esperanza, del entendimiento, el acuerdo y la armonía.  Es, debiera serlo, el fin del principio de la impostura, de la propuesta ideológica proclamada época del cambio y de la seguridad social.