Por
Federico Osorio Altúzar
Se inicia el Año Nuevo entre
aires reconfortantes de optimismo y esperanza. La noche transexenal de inicio
de siglo va quedando atrás y los mexicanos en edad de votar se aprestan a
imponer su voluntad de cambio por el método de la legalidad institucional. Llega a su término la vía de la impostura, la
simulación y el engaño.
El fraude electoral ha
marcado al país colocándolo en plena bancarrota cívica y moral; asimismo en grave déficit económico,
político y social. El descrédito público pesa negativamente sobre las finanzas
y la cooperación por parte de la sociedad internacional. La pobreza extrema se extiende en forma
subrepticia por zonas marginadas y enclaves hasta hace un par de décadas
prósperas, modelos de productividad y riqueza.
El año 2000 dio inicio con la
fuga del inefable líder del cártel de Sinaloa. El entonces mandatario lúdico se
convirtió el más encarnizado perseguidor de un fantasma creado a imagen y
semejanza de la renaciente oligarquía en el poder. El sucesor en el máximo
poder político en México, Felipe Calderón, prosiguió la estrategia de hacer del
crimen organizado el enemigo número a vencer, olvidando que los principales
adversarios eran y siguen siendo: el desempleo, la desnutrición, la ignorancia
y la falta de techo y abrigo.
A nadie convence, aunque a
todos perjudica, la táctica de cazar lugartenientes de los verdaderos capos y
cómplices del narcotráfico, de segundo y último rango, como si fuesen los generales y capitanes de la
“guerra” no declarada contra el crimen organizado. A nadie persuade, como no
sea a los confabulados, de que estamos en vísperas de capturar al capo
susodicho y poner fin a la contienda contra los “barones” del vicio. Con ello,
dar término al negocio disfrazado de la venta de armas, el tráfico de
influencias, la solapada compra de soberanía y el franco tránsito de
inversionistas extranjeros en la explotación y el comercio de metales,
escudados en pieles de oveja, pero dispuestos a la rapiña y al despojo en gran
escala.
La política de engañar, por
lo visto, culmina al hacer caer en la trampa del engaño a los propios
embaucadores. Soltar al capo de capos en México, excarcelado furtivamente hace
doce años, para recapturarlo en el ocaso de este sexenio, sólo alucina a los
incautos. Pues ahora resulta, según los inventores de la fantasmagórica lucha
anticrimen, que estamos ya, casi, en la antesala del milenio de la paz, el
bienestar, la felicidad y la seguridad.
El recurso a la criminalidad
como arma de combate contra la criminalidad, deja huellas indelebles en el rostro
de la nación. Lo mismo, el echar mano a la traición y al espionaje para poner
de rodillas al contendiente. Y nada
bueno deja la maniobra perversa, como en el aciago 1994, de poner piedra sobre piedra, para hacer caer a quien lleva la delantera en la lucha
por el poder, el precandidato del PRI, incluyendo por supuesto a los modernos
“judas” en acecho a la sombra de la precampaña presidencial. ¡Cuidado! Hay por
todos lados Camachos disfrazados, a la vera del camino.
La otra cara de la moneda es, a nuestro juicio, la que
hace recobrar la ecuanimidad y la fortaleza en estos momentos de duda,
desconfianza y confusión.
Los mexicanos en condiciones
de votar se aprestan a dar el triunfo al abanderado del cambio; a quien se ha
comprometido a devolver la paz por medio del derecho, a restituir la seguridad
pública y jurídica y dejar que alumbre, con luz propia, el derecho vigente; es
decir, el derecho positivo, por encima del inoperante derecho natural con
pretensiones de justicia, equidad y de igualdad.
2012 es así, el año de la
esperanza, del entendimiento, el acuerdo y la armonía. Es, debiera serlo, el fin del principio de la
impostura, de la propuesta ideológica proclamada época del cambio y de la
seguridad social.